El
análisis que voy a presentar sitúa la declaración “Por tal me reconocen
mis hermanos” en el contexto del ritual de apertura de los trabajos en
grado de aprendiz, en el REAA, en lugar de referirme a la mención que se
hace de ella en los mementos de instrucción. En la actualidad, muchas
Obediencias han suprimido esta apertura tan rica en significados, en
contraste con otras Obediencias que siguen manteniendo esta fórmula.
Quiero aprovechar esta ocasión para reivindicar su recuperación
generalizada por las razones que voy a exponer.
Empecemos recordando, para aquellos que no han practicado esta apertura, cuales son las palabras exactas empleadas:
El Guarda-Templo acaba de cerrar las puertas del taller. El Venerable
Maestro ha pedido a los HH.·. que ocupen su lugar. Ha llegado el momento
de iniciar los trabajos, y, para ello, una doble precaución debe ser
tomada: 1º) asegurarnos de que el templo está debidamente cubierto, es
decir, que nada indeseable, desde el exterior, va venir a perturbar el
paréntesis de tiempo en el que intentamos introducirnos. 2º) asegurarnos
de que los que nos encontramos dentro del templo somos aprendices
francmasones y conocemos el Arte Real que nos permite construir y
mantener ese especial y frágil momento que es la tenida y que desafía el
dominio de las probabilidades. Una pregunta del Venerable Maestro
precipita entonces los acontecimientos: Tras una solemne pausa, el
Venerable Maestro lanza una sorprendente pregunta: “¿Sois Masón, H.·.
Primer Vigilante? A la que este contesta: “Venerable Maestro, ¡Por tal
me reconocen mis Hermanos!”
“¡Por tal me reconocen mis
Hermanos!”. Esta es la declaración que hoy requiere nuestra atención.
Intentaremos acercarnos a ella progresivamente, girando a su alrededor,
como mandan los cánones Masónicos y hermenéuticos.
En primer
lugar, hay que recordar que cualquier interpretación de cualquier acto
comunicativo debe empezar situándolo dentro de un contexto. Es lo que
acabo de hacer y, a lo largo de la exposición, iremos examinando algunos
aspectos de este contexto que me parecen especialmente relevantes para
nuestro estudio.
Vamos a ocuparnos un momento de un primer
aspecto de este contexto: nuestra frase se encuadra dentro de un
propósito general de VERIFICACIÓN DE LA CALIDAD MASÓNICA Y DE LA
PRIVACIDAD.
¿POR QUÉ ES NECESARIO VERIFICAR QUE TODOS LOS PRESENTES SON APRENDICES FRANCMASONES?
De la Obra Masónica se pueden decir muchas cosas, una de ellas es que
se trata de una obra colectiva. El quehacer Masónico no consiste en una
tarea solitaria, aunque el 50% de su fruto se revierta al individuo. La
construcción ética que pretende el Masón es el fruto de una reflexión
colectiva, de un diálogo, es decir, de una recíproca influencia. El
espejo de mis limitaciones son mis hermanos con sus puntos de vista, sus
ideas y sus maneras de ver el mundo. Pero el diálogo no es un fenómeno
espontáneo, la comunicación es una tarea laboriosa y el malentendido
está acechando siempre. Si no queremos que nuestras buenas intenciones
constructivas se aborten al primer intento, es necesario asegurarnos de
la buena fe de los asistentes, de que todos buscamos, por encima de
todo, la verdad, y de que aceptamos el marco de trabajo propuesto. El
reconocimiento del otro como interlocutor válido nos garantiza que todos
sabemos cual es la obra a realizar, que todos sabemos manejar las
herramientas y que sabemos gestionar la acción en equipo. ¡Pues bien!
Este es el propósito de la precaución al iniciar los trabajos de
verificar que todos somos aprendices francmasones y el hecho de que esta
verificación se haga manifiesta y protocolariamente debe recordar a los
asistentes que esta no es una cuestión baladí y que se les va a exigir
precisamente esas cualidades Masónicas.
Por otra parte y
atendiendo ahora a aspectos psicológicos, esta verificación explícita de
la calidad Masónica, empezando por la del Primer Vigilante y después
por la de todos los presentes, contribuye a la progresiva instalación de
una actitud interna que ha de ser ganada desde la actitud profana del
cotidiano y perdido “estar ahí” hasta la sagrada posesión del “ser
dentro”. Este “crescendo” interno es el objetivo primordial de la
apertura de los trabajos, desde el momento de recogimiento cuando el
Maestro de Ceremonias nos pide que abandonemos los metales fuera del
Templo, hasta la aparición de las Tres Grandes Luces en el Altar de los
Juramentos.
ANÁLISIS DE LA RESPUESTA: “POR TAL ME RECONOCEN MIS HERMANOS”
Ciertamente, esta es una respuesta ejemplar, es decir, que debe ser
tomada como ejemplo de lo que debemos responder cuando alguien nos
asalta con una pregunta tan directa y a bocajarro.
La
intervención del Primer Vigilante es admirable. Es comedida, es
prudente, es humilde, porque, a pesar de los títulos que hubiera podido
exhibir para demostrar su pertenencia a la Orden Masónica, se somete a
la opinión de sus hermanos, en una especie de juicio permanente.
Vamos a analizar con más detalle esta declaración descomponiéndola en
sus elementos significativos: POR MASÓN + ME RECONOCEN + MIS HERMANOS.
Empecemos con el primer término: “POR MASÓN”. Esto nos va a llevar a hablar de
LA CONDICIÓN MASÓNICA
Se suele decir que la Iniciación Masónica imprime carácter. Esto quiere
decir que una íntima e imborrable transformación se opera en el
individuo, abriéndolo a un espectro de ricas posibilidades espirituales.
Pero estas posibilidades tienen que ser desplegadas con la práctica del
Método. El desarrollo, pues, de ese carácter Masónico es lo que
podríamos llamar la condición Masónica. Esta vendría a ser un conjunto
de cualidades, capacidades y saberes que conducen al individuo a la
práctica de la virtud, al discernimiento ético y a la autodeterminación.
Esta condición Masónica tiene un aire de familia que la hace
reconocible mediante unos rasgos externos de fácil evaluación. Por
ejemplo, por sus hábitos masónicos como el de asistir asiduamente a las
tenidas de su Logia; después, por el conocimiento práctico de nuestros
ritos y costumbres; por el empleo de un lenguaje común salpicado de
locuciones Masónicas; por unas inclinaciones intelectuales a veces
atraídas por ciertos esoterismos y otras por discursos racionalistas o
laicistas, etc… También comparten los masones un interés por su historia
y por la estructura institucional de la Orden, a nivel mundial.
Igualmente, suelen ser amantes de la Filosofía y las ciencias humanas.
En lo concerniente al comportamiento, los masones suelen ser gente de
modales corteses, respetuosos, con gusto por la oratoria y muy
sociables.
Podemos decir, pues, que entre los Masones existe una comprensión de término medio de lo que significa “ser Masón”.
Pero ¿acaso todas las características que constituyen la condición
Masónica tienen una manifestación exterior tan específica y aparente?
Pienso que no; yo creo que la principal potencialidad que otorga eso que
antes llamábamos el “carácter” Masónico que nos siembra la Iniciación,
se desarrolla muy lentamente en la forma de una nueva mirada con la que
vemos el mundo, a los otros y a sí-mismo; en sutiles descubrimientos de
imbricaciones, antes desapercibidas, que conectan fenómenos y
situaciones; en percepciones de lentos pero inexorables movimientos
donde antes sólo había fijación. Y todo esto nos va convirtiendo en
mejores interpretes de la acción humana, en mejores reconocedores del
fabuloso don de la vida, en mejores asumidores de la precariedad humana
y, por lo tanto, más tolerantes.
Imaginemos ahora, por un
momento, una situación ficticia. Supongamos que nuestro Método, nuestras
Tradiciones, nuestros Ritos, hubieran ido perdiendo con el tiempo, en
sucesivos y pequeños cambios, su virtud iniciática, hermética y
enigmáticamente contenida en su origen. Posiblemente, los Masones
hubiéramos conservado nuestro aire de familia, pero el “carácter” de la
Iniciación no se hubiera ido implantando. Os formulo entonces la
siguiente pregunta: ¿Serían estos auténticos Masones?
Abordemos ahora el segundo término de nuestra frase: EL RECONOCIMIENTO
En realidad, cuando el Primer Vigilante declara: “Por tal me RECONOCEN
mis hermanos”, no quiere decir que antes de entrar al Templo le hayan
manifestado que piensan que es un buen Masón o que le hayan exigido
alguna prueba de su condición y que, habiéndola superado, los hermanos
lo hayan reconocido como tal. Más bien, lo que expresa la acción de
reconocer es que muchos de estos hermanos estuvieron en su iniciación;
que después de observarle e instruirle juzgaron que era merecedor de
acceder sucesivamente a los grados de compañero y maestro; que,
finalmente, tras demostrar su celo por el devenir del taller y su
maestría en el manejo de las herramientas, le confiaron la enorme
responsabilidad de cuidar de la columna del mediodía, de ser la segunda
luz y el segundo mallete de la logia. Dicho de otra forma, la opinión de
los hermanos acerca del Primer Vigilante viene avalada por largos años
de observación por lo que se puede decir, con un grado mínimo de error,
que los rasgos masónicos demostrados no son una simple y mimetizada
apariencia, sino que están hondamente arraigados en su condición más
íntima. De tal manera que el Primer Vigilante hubiera podido contestar a
la pregunta del Venerable Maestro con esta otra frase casi equivalente:
“POR TAL ME VIENEN ACEPTANDO MIS HERMANOS”.
Pero el término
“RECONOCIMIENTO” va más allá de la simple aceptación, porque para
re-conocer, previamente hay que conocer. Esto implica un proceso de
identificación de una realidad objetiva (la del hermano que tenemos
delante) con unos modelos de la condición masónica elaborados con la
experiencia propia y que está en permanente transe de perfeccionamiento a
medida que nuestro propio conocer evoluciona.
Esto,
evidentemente, no quiere decir que no incluyamos en nuestras costumbres
otras fórmulas, más expeditivas pero no más eficientes, para asegurarnos
de que estamos ante un iniciado Masón. Me refiero al retejo y a las
credenciales. Muchas veces, cuando se trata de visitantes, son los
únicos procedimientos disponibles para tal fin. Pero no falta en
Masonería quienes prefieren los métodos expeditivos que hasta un robot
puede utilizar porque son muy fáciles de interpretar. O tiene las
credenciales o no las tiene; o me da el toque y las palabras correctas o
no me las da; o procede de una logia de una Obediencia regular o no
procede.
Quizás tendríamos que detenernos aquí, ahora que
hablamos de reconocimiento, para tratar el espinoso problema del
reconocimiento entre Obediencias y cuales de los criterios tendrían que
pesar más a la hora de evaluar las necesidades evolutivas de la
Masonería Universal: 1) el excluyente criterio de Origen (sólo es
regular la Logia que procede de mi); 2) el criterio de la Letra (sólo es
regular la Logia que se atiene al pie de la letra a las Constituciones
de Anderson y los Landmarks); 3) el criterio del espíritu (será regular
toda Logia que siga la Tradición con el ánimo de hallar en ella un
instrumento de progreso ético en lo personal y en lo colectivo). Pero
ello nos quitaría un tiempo precioso que hoy escasea, así es que, por
muy tentadora que sea la ocasión, la dejaré pasar sin mayores menciones.
Examinemos ahora el tercer término de nuestra frase: “MIS HERMANOS”.
Queda muy claro, a mi juicio, y de forma inequívoca, que el Primer
Vigilante NO recurre al testimonio de ningún hermano u oficial en
concreto, sino al colectivo de hermanos. Esta implicación del conjunto
de hermanos me parece decisiva y una de las características
específicamente masónica. Es más, no se puede comprender lo que
significa la Masonería si no se entiende esta dimensión social; hasta el
punto que si tus hermanos no te reconocen como Masón, pues
sencillamente, no eres Masón.
En el fondo, es una perogrullada,
porque la calidad de Masón no es algo que está ahí como puesto
imperturbablemente por la naturaleza o por Dios, sino un producto
cultural muy particular, en permanente estado de factura, a la medida de
y para un colectivo de personas que se llaman a sí mismas Masones. Por
lo tanto, si hay alguien autorizado para certificar lo que es la
Masonería es precisamente ese conjunto de personas, o sea, los hermanos.
El Masón bebe de la fuente masónica la luz masónica y por eso, en este
caso, el solipsismo es absolutamente inadmisible. No existe el Masón
encerrado en la cueva de su subjetivismo, porque es el pueblo masónico
el que hace al Masón, el que lo alimenta espiritualmente y el que lo
reconoce.
Pero entonces, ¿quiere esto decir que el Masón
sacrifica su individualidad por el sentimiento de grupo, que el Masón es
abeja en un enjambre? Podría ser, pero el tipo de miel que produce
nuestra colmena es uno muy particular, y es precisamente el mejor
antídoto contra la uniformidad, la “mundanidad” y la “clonicidad”;
porque esta miel alimenta su ansia de libertad y de originalidad al
mismo tiempo que se percata de que, ejerciendo esa originalidad, es la
mejor forma de ser útil a la comunidad. ¿Cómo es eso posible? Pues
porque la Masonería es el arte de equilibrar individualidad y
colectividad, una ambigüedad que arrastra el humano y que sólo podemos
gestionar si somos plenamente concientes de su permanente realidad y
conveniencia.
RECAPITULACIÓN
Llegados a este punto, hagamos una breve recapitulación de lo averiguado hasta aquí.
a) La verificación de la condición masónica de todos los presentes es un requisito muy importante.
b) La condición masónica tiene caracteres aparentes que son reconocibles por todos los masones.
c) La condición masónica tiene unos caracteres no aparentes que son
difícilmente reconocibles porque se presentan de manera integrada en el
comportamiento.
d) El reconocimiento de esta condición masónica está avalada por la observación en el día a día.
e) El reconocimiento de esta condición masónica está avalada por el conjunto de los hermanos masones.
Pero ocurre que todas estas averiguaciones podrían aplicarse a
cualquier colectivo humano que se reuniera alrededor de una tarea o
interés concreto. Entonces ¿qué falta para garantizar la naturaleza
masónica de nuestros procedimientos?
Si analizamos de cerca el
resumen que acabamos de hacer, veremos que todos los puntos recogidos
hablan de una condición masónica ya dada, que aceptamos y reconocemos
todos, aunque sea más de una manera implícita que explícita; eso que
hemos llamado la “comprensión de término medio” de lo que es la
Masonería. Sin embargo, nada nos asegura que esta “comprensión de
término medio” de la condición masónica sea la que debe ser. ¿Cómo puede
el Método no prever esta deriva inevitable que provocaría la propia
naturaleza humana?
Para intentar ver más claro en el tema
suscitado, consideremos ahora otros aspectos del contexto que nos van a
permitir comprender cómo el Método prevé esta posibilidad de deterioro
del sistema y trata de llamar la atención sobre este riesgo. Me refiero a
la pregunta del Venerable Maestro, que origina la respuesta: ¿Sois
Masón, Hermano Primer Vigilante? así como el hecho de que esta
pregunta-respuesta sea lo primero que acontece en el ritual. Hasta aquí
nos hemos ocupado de una respuesta dada a una pregunta. Ahora vamos a
ocuparnos de la pregunta misma.
Resulta cuando menos extravagante
que el Venerable Maestro dude de la condición masónica de su más
cercano ayudante y codirector de los trabajos que es el Primer
Vigilante. El Venerable Maestro sabe bien que los Hermanos Vigilantes
son Masones y que los demás hermanos también lo saben, ¿entonces, a que
viene ahora esta pregunta? ¿cómo encajarla en el conjunto coherente que
es el ritual? Se podría explicar esta cautela del Venerable Maestro
diciendo que se trata de poner de manifiesto que también es Masón el
oficial que se va a encargar, dentro de unos momentos, de verificar si
todos los presentes son Aprendices Francmasones, y que, por lo tanto,
está bien cualificado para llevar a cabo esta tarea. La verdad es que la
pregunta, formulada públicamente, levanta más sospechas que su propia
ausencia. Quizás sea esta la razón por la cual esta pregunta-respuesta
haya sido suprimida en muchos rituales. Pero entonces, si este argumento
resulta insatisfactorio ¿de que otra forma podemos explicar la
presencia de esta pregunta-respuesta, justo al principio del ritual
Sin embargo, si recordamos que una de los fundamentos constitutivos del
ser humano (y también del método masónico) es su capacidad para
repensarse permanentemente, o sea, cuestionarse, hacerse preguntas, no
dar nada por definitivo, ¿no sería lógico entonces que el Venerable
Maestro iniciara los trabajos de construcción interna planteando un
humilde cuestionamiento? Y, si estamos iniciando una Tenida Masónica,
¿Qué otro cuestionamiento más apropiado cabe, que poner en duda, o en
revisión, o en alerta, ante todos los presentes, el significado más
primario del concepto mismo de Masonería?
En la intimidad de su
gabinete, el Venerable Maestro se hubiera preguntado a sí-mismo, desde
su “yo anhelante”: “¿Soy verdaderamente Masón?”, y su “yo cognoscente”
contestaría: “Eso parece, puesto que yo me esfuerzo sinceramente en ello
y todos parecen reconocerme como tal”… Pero estamos en un grupo
organizado y la íntima y muda conversación se convierte aquí en un
diálogo entre Oficiales que actúan cada uno desde la especificidad de
sus cargos: el Venerable Maestro, con la vista puesta en el objetivo
final de la obra que hay que construir, para acomodar los planos a este
objetivo, se inquieta por la verdadera intención de la Tenida, por la
correcta actitud y la debida aptitud: “¿Estamos seguros que esto que
practicamos es Masonería y que hemos venido aquí con la intención de
hacer verdadera Masonería?”
¡Tremenda pregunta! Todo queda cuestionado: el método, la capacidad, las intenciones…
El Primer Vigilante, en su calidad de ejecutor de las obras, sólo puede
responder desde su conocimiento, desde su experiencia, desde lo ya
explicitado. Viendo, sin embargo, el fondo que encierra la pregunta del
Venerable Maestro, le contestaría: “Yo no puedo responderos a esa
pregunta. Lo más que puedo decir es que todos nosotros creemos de buena
fe estar practicando buena Masonería. Y si no fuera así, en la medida en
que nuestros Ritos y Símbolos sean fieles a la Tradición, y en la
medida en que apliquemos sabiamente el VITRIOL, la PLOMADA y la REGLA,
podremos reconstruir las vías correctas que nos permitan permanecer
entre la ESCUADRA y el COMPÁS.”
El Venerable Maestro toma
conciencia de que la Masonería Perfecta, la Masonería Perdida, es un
ideal, un horizonte hacia el que debe tender la Masonería encarnada en
hombres y mujeres. Sabe que esta es siempre susceptible de deriva, de
ceder a las modas o a las radicalizaciones. Intenta tomar la medida del
“gap”, no en términos de distancia sino de dirección. Sabe que mientras
que el método practicado contenga los elementos simbólicos adecuados, la
Masonería actual estará abierta a la posibilidad de encaminar sus pasos
hacia la dirección correcta. También sabe que la toma de conciencia de
nuestros apriorismos, de nuestros prejuicios, para su constante
revisión, es un elemento estructural de nuestro método. El primer
prejuicio al que trata de enfrentarse públicamente, a la hora de iniciar
los trabajos masónicos, no podía ser otro cual: ¿Qué entendemos
verdaderamente por Masonería? De esta manera abre la posibilidad de la
respuesta ponderada y sabia del Primer Vigilante que viene a confirmarle
que él también es conciente de la imperfección, pero que, desde esta
imperfección, estamos encaminando nuestros pasos por los senderos
adecuados, evitando las avenidas del dogmatismo.
CONCLUSIÓN
A modo de conclusión voy a resumir algunas ideas que se derivan de la meditación en torno al tema que hoy nos ha reunido aquí.
Si bien es difícil definir lo esencial del ser humano en una sola
frase, podemos señalar, como uno de los fundamentos de su existencia, el
pensar. Con ello no quiero referirme simplemente a la manipulación de
representaciones mentales que conlleva el pensar. El pensar es,
esencialmente, pensar que se piensa a sí mismo. Esta característica
inherente al pensar es la que permite que el “a priori” en que se basa
toda comprensión nos sea abierto. En la libertad que nos viene dada por
esta estructura del pensar radican las conquistas que el hombre puede
llevar a cabo en distintas esferas. En el terreno ético y personal, la
posibilidad de que podamos adueñarnos de nuestros propios valores y de
asir el destino individual, se asienta también en el comprender el “a
priori” de la comprensión.
Si esto es lo esencial en el ser
humano, también, consecuentemente, lo será en Masonería. Ahora bien, el
ejercicio de este repensarse, aún cuando sea una posibilidad
permanentemente abierta a todo individuo, no es una actividad
inmediatamente disponible desde la cotidianidad, es decir, desde la
profanidad. El método masónico debe contener, pues, esos elementos
rompedores de la profanidad (el desarraigo de los metales, la angostura
de la entrada el Guarda-Templo con su puntiaguda espada, etc.); esos
otros elementos que nos recuerden que hay que profesar un permanente
cuestionamiento de lo que creemos evidente (¿Sois Masón, H. Primer
Vigilante?), y la necesidad de aproximarnos a los asuntos
hermenéuticamente, para ir desde las apariencias hacia su sentido
profundo (la Plomada, el VITRIOL, etc.).
En mi opinión, este es
el papel que juega la pregunta-respuesta “¿Sois Masón, H. Primer
Vigilante?- Por tal me reconocen mis Hermanos”. Su ausencia no invalida
el resto del Ritual, pero con su presencia al principio de la apertura
queda abierta la posibilidad de cuestionarse qué es lo que
verdaderamente se entiende por Masonería y por lo tanto, queda
garantizada la posibilidad de su progresividad.
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