jueves, 31 de marzo de 2016

“Por tal me reconocen mis hermanos”

El análisis que voy a presentar sitúa la declaración “Por tal me reconocen mis hermanos” en el contexto del ritual de apertura de los trabajos en grado de aprendiz, en el REAA, en lugar de referirme a la mención que se hace de ella en los mementos de instrucción. En la actualidad, muchas Obediencias han suprimido esta apertura tan rica en significados, en contraste con otras Obediencias que siguen manteniendo esta fórmula. Quiero aprovechar esta ocasión para reivindicar su recuperación generalizada por las razones que voy a exponer.
Empecemos recordando, para aquellos que no han practicado esta apertura, cuales son las palabras exactas empleadas:
El Guarda-Templo acaba de cerrar las puertas del taller. El Venerable Maestro ha pedido a los HH.·. que ocupen su lugar. Ha llegado el momento de iniciar los trabajos, y, para ello, una doble precaución debe ser tomada: 1º) asegurarnos de que el templo está debidamente cubierto, es decir, que nada indeseable, desde el exterior, va venir a perturbar el paréntesis de tiempo en el que intentamos introducirnos. 2º) asegurarnos de que los que nos encontramos dentro del templo somos aprendices francmasones y conocemos el Arte Real que nos permite construir y mantener ese especial y frágil momento que es la tenida y que desafía el dominio de las probabilidades. Una pregunta del Venerable Maestro precipita entonces los acontecimientos: Tras una solemne pausa, el Venerable Maestro lanza una sorprendente pregunta: “¿Sois Masón, H.·. Primer Vigilante? A la que este contesta: “Venerable Maestro, ¡Por tal me reconocen mis Hermanos!”
“¡Por tal me reconocen mis Hermanos!”. Esta es la declaración que hoy requiere nuestra atención. Intentaremos acercarnos a ella progresivamente, girando a su alrededor, como mandan los cánones Masónicos y hermenéuticos.
En primer lugar, hay que recordar que cualquier interpretación de cualquier acto comunicativo debe empezar situándolo dentro de un contexto. Es lo que acabo de hacer y, a lo largo de la exposición, iremos examinando algunos aspectos de este contexto que me parecen especialmente relevantes para nuestro estudio.
Vamos a ocuparnos un momento de un primer aspecto de este contexto: nuestra frase se encuadra dentro de un propósito general de VERIFICACIÓN DE LA CALIDAD MASÓNICA Y DE LA PRIVACIDAD.
¿POR QUÉ ES NECESARIO VERIFICAR QUE TODOS LOS PRESENTES SON APRENDICES FRANCMASONES?
De la Obra Masónica se pueden decir muchas cosas, una de ellas es que se trata de una obra colectiva. El quehacer Masónico no consiste en una tarea solitaria, aunque el 50% de su fruto se revierta al individuo. La construcción ética que pretende el Masón es el fruto de una reflexión colectiva, de un diálogo, es decir, de una recíproca influencia. El espejo de mis limitaciones son mis hermanos con sus puntos de vista, sus ideas y sus maneras de ver el mundo. Pero el diálogo no es un fenómeno espontáneo, la comunicación es una tarea laboriosa y el malentendido está acechando siempre. Si no queremos que nuestras buenas intenciones constructivas se aborten al primer intento, es necesario asegurarnos de la buena fe de los asistentes, de que todos buscamos, por encima de todo, la verdad, y de que aceptamos el marco de trabajo propuesto. El reconocimiento del otro como interlocutor válido nos garantiza que todos sabemos cual es la obra a realizar, que todos sabemos manejar las herramientas y que sabemos gestionar la acción en equipo. ¡Pues bien! Este es el propósito de la precaución al iniciar los trabajos de verificar que todos somos aprendices francmasones y el hecho de que esta verificación se haga manifiesta y protocolariamente debe recordar a los asistentes que esta no es una cuestión baladí y que se les va a exigir precisamente esas cualidades Masónicas.
Por otra parte y atendiendo ahora a aspectos psicológicos, esta verificación explícita de la calidad Masónica, empezando por la del Primer Vigilante y después por la de todos los presentes, contribuye a la progresiva instalación de una actitud interna que ha de ser ganada desde la actitud profana del cotidiano y perdido “estar ahí” hasta la sagrada posesión del “ser dentro”. Este “crescendo” interno es el objetivo primordial de la apertura de los trabajos, desde el momento de recogimiento cuando el Maestro de Ceremonias nos pide que abandonemos los metales fuera del Templo, hasta la aparición de las Tres Grandes Luces en el Altar de los Juramentos.
ANÁLISIS DE LA RESPUESTA: “POR TAL ME RECONOCEN MIS HERMANOS”
Ciertamente, esta es una respuesta ejemplar, es decir, que debe ser tomada como ejemplo de lo que debemos responder cuando alguien nos asalta con una pregunta tan directa y a bocajarro.
La intervención del Primer Vigilante es admirable. Es comedida, es prudente, es humilde, porque, a pesar de los títulos que hubiera podido exhibir para demostrar su pertenencia a la Orden Masónica, se somete a la opinión de sus hermanos, en una especie de juicio permanente.
Vamos a analizar con más detalle esta declaración descomponiéndola en sus elementos significativos: POR MASÓN + ME RECONOCEN + MIS HERMANOS.
Empecemos con el primer término: “POR MASÓN”. Esto nos va a llevar a hablar de
LA CONDICIÓN MASÓNICA
Se suele decir que la Iniciación Masónica imprime carácter. Esto quiere decir que una íntima e imborrable transformación se opera en el individuo, abriéndolo a un espectro de ricas posibilidades espirituales. Pero estas posibilidades tienen que ser desplegadas con la práctica del Método. El desarrollo, pues, de ese carácter Masónico es lo que podríamos llamar la condición Masónica. Esta vendría a ser un conjunto de cualidades, capacidades y saberes que conducen al individuo a la práctica de la virtud, al discernimiento ético y a la autodeterminación.
Esta condición Masónica tiene un aire de familia que la hace reconocible mediante unos rasgos externos de fácil evaluación. Por ejemplo, por sus hábitos masónicos como el de asistir asiduamente a las tenidas de su Logia; después, por el conocimiento práctico de nuestros ritos y costumbres; por el empleo de un lenguaje común salpicado de locuciones Masónicas; por unas inclinaciones intelectuales a veces atraídas por ciertos esoterismos y otras por discursos racionalistas o laicistas, etc… También comparten los masones un interés por su historia y por la estructura institucional de la Orden, a nivel mundial. Igualmente, suelen ser amantes de la Filosofía y las ciencias humanas. En lo concerniente al comportamiento, los masones suelen ser gente de modales corteses, respetuosos, con gusto por la oratoria y muy sociables.
Podemos decir, pues, que entre los Masones existe una comprensión de término medio de lo que significa “ser Masón”.
Pero ¿acaso todas las características que constituyen la condición Masónica tienen una manifestación exterior tan específica y aparente? Pienso que no; yo creo que la principal potencialidad que otorga eso que antes llamábamos el “carácter” Masónico que nos siembra la Iniciación, se desarrolla muy lentamente en la forma de una nueva mirada con la que vemos el mundo, a los otros y a sí-mismo; en sutiles descubrimientos de imbricaciones, antes desapercibidas, que conectan fenómenos y situaciones; en percepciones de lentos pero inexorables movimientos donde antes sólo había fijación. Y todo esto nos va convirtiendo en mejores interpretes de la acción humana, en mejores reconocedores del fabuloso don de la vida, en mejores asumidores de la precariedad humana y, por lo tanto, más tolerantes.
Imaginemos ahora, por un momento, una situación ficticia. Supongamos que nuestro Método, nuestras Tradiciones, nuestros Ritos, hubieran ido perdiendo con el tiempo, en sucesivos y pequeños cambios, su virtud iniciática, hermética y enigmáticamente contenida en su origen. Posiblemente, los Masones hubiéramos conservado nuestro aire de familia, pero el “carácter” de la Iniciación no se hubiera ido implantando. Os formulo entonces la siguiente pregunta: ¿Serían estos auténticos Masones?
Abordemos ahora el segundo término de nuestra frase: EL RECONOCIMIENTO
En realidad, cuando el Primer Vigilante declara: “Por tal me RECONOCEN mis hermanos”, no quiere decir que antes de entrar al Templo le hayan manifestado que piensan que es un buen Masón o que le hayan exigido alguna prueba de su condición y que, habiéndola superado, los hermanos lo hayan reconocido como tal. Más bien, lo que expresa la acción de reconocer es que muchos de estos hermanos estuvieron en su iniciación; que después de observarle e instruirle juzgaron que era merecedor de acceder sucesivamente a los grados de compañero y maestro; que, finalmente, tras demostrar su celo por el devenir del taller y su maestría en el manejo de las herramientas, le confiaron la enorme responsabilidad de cuidar de la columna del mediodía, de ser la segunda luz y el segundo mallete de la logia. Dicho de otra forma, la opinión de los hermanos acerca del Primer Vigilante viene avalada por largos años de observación por lo que se puede decir, con un grado mínimo de error, que los rasgos masónicos demostrados no son una simple y mimetizada apariencia, sino que están hondamente arraigados en su condición más íntima. De tal manera que el Primer Vigilante hubiera podido contestar a la pregunta del Venerable Maestro con esta otra frase casi equivalente: “POR TAL ME VIENEN ACEPTANDO MIS HERMANOS”.
Pero el término “RECONOCIMIENTO” va más allá de la simple aceptación, porque para re-conocer, previamente hay que conocer. Esto implica un proceso de identificación de una realidad objetiva (la del hermano que tenemos delante) con unos modelos de la condición masónica elaborados con la experiencia propia y que está en permanente transe de perfeccionamiento a medida que nuestro propio conocer evoluciona.
Esto, evidentemente, no quiere decir que no incluyamos en nuestras costumbres otras fórmulas, más expeditivas pero no más eficientes, para asegurarnos de que estamos ante un iniciado Masón. Me refiero al retejo y a las credenciales. Muchas veces, cuando se trata de visitantes, son los únicos procedimientos disponibles para tal fin. Pero no falta en Masonería quienes prefieren los métodos expeditivos que hasta un robot puede utilizar porque son muy fáciles de interpretar. O tiene las credenciales o no las tiene; o me da el toque y las palabras correctas o no me las da; o procede de una logia de una Obediencia regular o no procede.
Quizás tendríamos que detenernos aquí, ahora que hablamos de reconocimiento, para tratar el espinoso problema del reconocimiento entre Obediencias y cuales de los criterios tendrían que pesar más a la hora de evaluar las necesidades evolutivas de la Masonería Universal: 1) el excluyente criterio de Origen (sólo es regular la Logia que procede de mi); 2) el criterio de la Letra (sólo es regular la Logia que se atiene al pie de la letra a las Constituciones de Anderson y los Landmarks); 3) el criterio del espíritu (será regular toda Logia que siga la Tradición con el ánimo de hallar en ella un instrumento de progreso ético en lo personal y en lo colectivo). Pero ello nos quitaría un tiempo precioso que hoy escasea, así es que, por muy tentadora que sea la ocasión, la dejaré pasar sin mayores menciones.
Examinemos ahora el tercer término de nuestra frase: “MIS HERMANOS”.
Queda muy claro, a mi juicio, y de forma inequívoca, que el Primer Vigilante NO recurre al testimonio de ningún hermano u oficial en concreto, sino al colectivo de hermanos. Esta implicación del conjunto de hermanos me parece decisiva y una de las características específicamente masónica. Es más, no se puede comprender lo que significa la Masonería si no se entiende esta dimensión social; hasta el punto que si tus hermanos no te reconocen como Masón, pues sencillamente, no eres Masón.
En el fondo, es una perogrullada, porque la calidad de Masón no es algo que está ahí como puesto imperturbablemente por la naturaleza o por Dios, sino un producto cultural muy particular, en permanente estado de factura, a la medida de y para un colectivo de personas que se llaman a sí mismas Masones. Por lo tanto, si hay alguien autorizado para certificar lo que es la Masonería es precisamente ese conjunto de personas, o sea, los hermanos. El Masón bebe de la fuente masónica la luz masónica y por eso, en este caso, el solipsismo es absolutamente inadmisible. No existe el Masón encerrado en la cueva de su subjetivismo, porque es el pueblo masónico el que hace al Masón, el que lo alimenta espiritualmente y el que lo reconoce.
Pero entonces, ¿quiere esto decir que el Masón sacrifica su individualidad por el sentimiento de grupo, que el Masón es abeja en un enjambre? Podría ser, pero el tipo de miel que produce nuestra colmena es uno muy particular, y es precisamente el mejor antídoto contra la uniformidad, la “mundanidad” y la “clonicidad”; porque esta miel alimenta su ansia de libertad y de originalidad al mismo tiempo que se percata de que, ejerciendo esa originalidad, es la mejor forma de ser útil a la comunidad. ¿Cómo es eso posible? Pues porque la Masonería es el arte de equilibrar individualidad y colectividad, una ambigüedad que arrastra el humano y que sólo podemos gestionar si somos plenamente concientes de su permanente realidad y conveniencia.
RECAPITULACIÓN
Llegados a este punto, hagamos una breve recapitulación de lo averiguado hasta aquí.
a) La verificación de la condición masónica de todos los presentes es un requisito muy importante.
b) La condición masónica tiene caracteres aparentes que son reconocibles por todos los masones.
c) La condición masónica tiene unos caracteres no aparentes que son difícilmente reconocibles porque se presentan de manera integrada en el comportamiento.
d) El reconocimiento de esta condición masónica está avalada por la observación en el día a día.
e) El reconocimiento de esta condición masónica está avalada por el conjunto de los hermanos masones.
Pero ocurre que todas estas averiguaciones podrían aplicarse a cualquier colectivo humano que se reuniera alrededor de una tarea o interés concreto. Entonces ¿qué falta para garantizar la naturaleza masónica de nuestros procedimientos?
Si analizamos de cerca el resumen que acabamos de hacer, veremos que todos los puntos recogidos hablan de una condición masónica ya dada, que aceptamos y reconocemos todos, aunque sea más de una manera implícita que explícita; eso que hemos llamado la “comprensión de término medio” de lo que es la Masonería. Sin embargo, nada nos asegura que esta “comprensión de término medio” de la condición masónica sea la que debe ser. ¿Cómo puede el Método no prever esta deriva inevitable que provocaría la propia naturaleza humana?
Para intentar ver más claro en el tema suscitado, consideremos ahora otros aspectos del contexto que nos van a permitir comprender cómo el Método prevé esta posibilidad de deterioro del sistema y trata de llamar la atención sobre este riesgo. Me refiero a la pregunta del Venerable Maestro, que origina la respuesta: ¿Sois Masón, Hermano Primer Vigilante? así como el hecho de que esta pregunta-respuesta sea lo primero que acontece en el ritual. Hasta aquí nos hemos ocupado de una respuesta dada a una pregunta. Ahora vamos a ocuparnos de la pregunta misma.
Resulta cuando menos extravagante que el Venerable Maestro dude de la condición masónica de su más cercano ayudante y codirector de los trabajos que es el Primer Vigilante. El Venerable Maestro sabe bien que los Hermanos Vigilantes son Masones y que los demás hermanos también lo saben, ¿entonces, a que viene ahora esta pregunta? ¿cómo encajarla en el conjunto coherente que es el ritual? Se podría explicar esta cautela del Venerable Maestro diciendo que se trata de poner de manifiesto que también es Masón el oficial que se va a encargar, dentro de unos momentos, de verificar si todos los presentes son Aprendices Francmasones, y que, por lo tanto, está bien cualificado para llevar a cabo esta tarea. La verdad es que la pregunta, formulada públicamente, levanta más sospechas que su propia ausencia. Quizás sea esta la razón por la cual esta pregunta-respuesta haya sido suprimida en muchos rituales. Pero entonces, si este argumento resulta insatisfactorio ¿de que otra forma podemos explicar la presencia de esta pregunta-respuesta, justo al principio del ritual
Sin embargo, si recordamos que una de los fundamentos constitutivos del ser humano (y también del método masónico) es su capacidad para repensarse permanentemente, o sea, cuestionarse, hacerse preguntas, no dar nada por definitivo, ¿no sería lógico entonces que el Venerable Maestro iniciara los trabajos de construcción interna planteando un humilde cuestionamiento? Y, si estamos iniciando una Tenida Masónica, ¿Qué otro cuestionamiento más apropiado cabe, que poner en duda, o en revisión, o en alerta, ante todos los presentes, el significado más primario del concepto mismo de Masonería?
En la intimidad de su gabinete, el Venerable Maestro se hubiera preguntado a sí-mismo, desde su “yo anhelante”: “¿Soy verdaderamente Masón?”, y su “yo cognoscente” contestaría: “Eso parece, puesto que yo me esfuerzo sinceramente en ello y todos parecen reconocerme como tal”… Pero estamos en un grupo organizado y la íntima y muda conversación se convierte aquí en un diálogo entre Oficiales que actúan cada uno desde la especificidad de sus cargos: el Venerable Maestro, con la vista puesta en el objetivo final de la obra que hay que construir, para acomodar los planos a este objetivo, se inquieta por la verdadera intención de la Tenida, por la correcta actitud y la debida aptitud: “¿Estamos seguros que esto que practicamos es Masonería y que hemos venido aquí con la intención de hacer verdadera Masonería?”
¡Tremenda pregunta! Todo queda cuestionado: el método, la capacidad, las intenciones…
El Primer Vigilante, en su calidad de ejecutor de las obras, sólo puede responder desde su conocimiento, desde su experiencia, desde lo ya explicitado. Viendo, sin embargo, el fondo que encierra la pregunta del Venerable Maestro, le contestaría: “Yo no puedo responderos a esa pregunta. Lo más que puedo decir es que todos nosotros creemos de buena fe estar practicando buena Masonería. Y si no fuera así, en la medida en que nuestros Ritos y Símbolos sean fieles a la Tradición, y en la medida en que apliquemos sabiamente el VITRIOL, la PLOMADA y la REGLA, podremos reconstruir las vías correctas que nos permitan permanecer entre la ESCUADRA y el COMPÁS.”
El Venerable Maestro toma conciencia de que la Masonería Perfecta, la Masonería Perdida, es un ideal, un horizonte hacia el que debe tender la Masonería encarnada en hombres y mujeres. Sabe que esta es siempre susceptible de deriva, de ceder a las modas o a las radicalizaciones. Intenta tomar la medida del “gap”, no en términos de distancia sino de dirección. Sabe que mientras que el método practicado contenga los elementos simbólicos adecuados, la Masonería actual estará abierta a la posibilidad de encaminar sus pasos hacia la dirección correcta. También sabe que la toma de conciencia de nuestros apriorismos, de nuestros prejuicios, para su constante revisión, es un elemento estructural de nuestro método. El primer prejuicio al que trata de enfrentarse públicamente, a la hora de iniciar los trabajos masónicos, no podía ser otro cual: ¿Qué entendemos verdaderamente por Masonería? De esta manera abre la posibilidad de la respuesta ponderada y sabia del Primer Vigilante que viene a confirmarle que él también es conciente de la imperfección, pero que, desde esta imperfección, estamos encaminando nuestros pasos por los senderos adecuados, evitando las avenidas del dogmatismo.
CONCLUSIÓN
A modo de conclusión voy a resumir algunas ideas que se derivan de la meditación en torno al tema que hoy nos ha reunido aquí.
Si bien es difícil definir lo esencial del ser humano en una sola frase, podemos señalar, como uno de los fundamentos de su existencia, el pensar. Con ello no quiero referirme simplemente a la manipulación de representaciones mentales que conlleva el pensar. El pensar es, esencialmente, pensar que se piensa a sí mismo. Esta característica inherente al pensar es la que permite que el “a priori” en que se basa toda comprensión nos sea abierto. En la libertad que nos viene dada por esta estructura del pensar radican las conquistas que el hombre puede llevar a cabo en distintas esferas. En el terreno ético y personal, la posibilidad de que podamos adueñarnos de nuestros propios valores y de asir el destino individual, se asienta también en el comprender el “a priori” de la comprensión.
Si esto es lo esencial en el ser humano, también, consecuentemente, lo será en Masonería. Ahora bien, el ejercicio de este repensarse, aún cuando sea una posibilidad permanentemente abierta a todo individuo, no es una actividad inmediatamente disponible desde la cotidianidad, es decir, desde la profanidad. El método masónico debe contener, pues, esos elementos rompedores de la profanidad (el desarraigo de los metales, la angostura de la entrada el Guarda-Templo con su puntiaguda espada, etc.); esos otros elementos que nos recuerden que hay que profesar un permanente cuestionamiento de lo que creemos evidente (¿Sois Masón, H. Primer Vigilante?), y la necesidad de aproximarnos a los asuntos hermenéuticamente, para ir desde las apariencias hacia su sentido profundo (la Plomada, el VITRIOL, etc.).
En mi opinión, este es el papel que juega la pregunta-respuesta “¿Sois Masón, H. Primer Vigilante?- Por tal me reconocen mis Hermanos”. Su ausencia no invalida el resto del Ritual, pero con su presencia al principio de la apertura queda abierta la posibilidad de cuestionarse qué es lo que verdaderamente se entiende por Masonería y por lo tanto, queda garantizada la posibilidad de su progresividad.

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