domingo, 20 de marzo de 2016

Matemática

La matemática de los pitagóricos no es la matemática que comúnmente se practica. Esta última, en efecto, es sobre todo técnica (tekhniké) y no tiende a lo Bello y al Bien, en tanto que la de los pitagóricos es exquisitamente contemplativa (theoretiké) y orienta todos sus teoremas hacia un fin último, y hace de modo que todos sus razonamientos se unan estrechamente a lo Bello y al Bien, y se sirve de razonamientos que son capaces de elevar hacia el ser. Movida por tal impulso, se divide convenientemente en sí misma: algunas de sus teorías se adaptan a la teología, y pueden compartir el orden y las medidas de los dioses y son éstas las que asigna a tal parte de la filosofía; otras, en cambio, pertenecen a la investigación del ser, para captarlo, medirse con él y convertirse en él, y es precisamente a esta parte de la filosofía que la matemática asigna este segundo grupo de teoremas. Tampoco escapa a la matemática el que algunas de sus enseñanzas ayuden científicamente (epistemonikós) a dar precisión al discurso, enseñando a operar silogísticamente, a demostrar y definir correctamente, refutando la falsedad y distinguiendo lo verdadero de lo falso. Tampoco ignora la equilibrada armonía de la investigación física, cómo ella se constituya, cuál sea su utilidad, cómo llene los vacíos de la naturaleza y cómo use la prueba en todo esto. Desciende, además, a la vida política y descubre la ordenación de las costumbres y la corrección del estilo de vida y las definiciones matemáticas que son propias de la vida privada y de la pública, y se sirve de estas definiciones como conviene para llevar estas vidas a su mejor estado, para corregirlas y procurarles una educación óptima y la debida moderación (eumetrían), protección de la ordinariez, adquisición de la rectitud y, en general, actuando así, es de ayuda, en su conjunto, a cada una de ellas en particular.

Y pasando después a los bienes naturales y a los beneficios de las técnicas, descubriendo algunos e introduciendo otros como accesorios y colaborando a obtenerlos como un agregado, y prestando sus obras por sí sola o transfiriendo parte de ellas en algunas otras, lleva a completitud la vida humana, de manera que sea autónoma en sí misma y no esté falta de ninguna de aquellas cosas que necesita.”

El masón atento percibirá en el texto cuestiones que no le son ajenas en absoluto. Que el Arte Real esté imbuido de concepciones pitagóricas no le será tan ajeno como el hecho mismo de su alcance respecto precisamente de las matemáticas conforme a este particular y feliz texto, cuya posible relación es mayormente desconocida. Intentaremos entonces escudriñar esas posibles relaciones a fin de vislumbrar qué tan grande puede ser esa influencia pitagórica en masonería en general.
Como dice el texto en su comienzo, no estamos hablando de una matemática común, sino de una “exquisitamente contemplativa” en donde todos sus teoremas están orientados hacia lo Bello y al Bien para elevar hacia el ser. Esta visión teorética pasa generalmente desapercibida a los hermanos en masonería y conviene explicitarla para dimensionar a las matemáticas dentro delas Artes Liberales que son tan caras a la Orden. Digámoslo de nuevo: No estamos frente a una técnica, es decir destinada a la mera factoría de cosas externas mediante reglas precisas. Conviene detenerse en este tópico pues, conforme a la filosofía clásica, este tipo de quehaceres quedaban englobados en la expresión “arte”, por lo que si la masonería constituye un Arte Real habrá pues que conservar esta distinción para evaluar el alcance de dicha expresión, desde un punto exegético. Tampoco nos encontramos frente a una materia práctica, desde que la praxis se encuentra exactamente en las antípodas de cualquier actividad especulativa. Esta última aprovecha y compromete únicamente la parte intelectiva del hombre, en tanto que la praxis apunta al obrar del hombre (no solamente al hacer, como en la técnica), y por lo tanto involucra su libertad y lo define como un sujeto moral. Es así que nos encontramos la matemática como una virtud contemplativa que agota su objeto de alcanzar intelectivamente lo que es Bello y Bueno solamente aprendiéndolo conforme su particular método.
En este particular método tiene, como es evidente, un papel crucial la visión (si se me permite cierta redundancia). Propiamente la etimología de las palabras “teoría”, “teorema”, etc., derivan del verbo “theoreo”, verbo que en griego designa al que contempla, mira, observa y ve. Entiendo que por una particular analogía se haya relacionado la partícula “Theo” a Dios (sin justificación etimológica) y se haya asociado el símbolo del ojo con la divinidad, en menoscabo del método teorético que descansa en la contemplación a partir de los sentidos, y dentro de éstos y con particular relevancia la visión.
Detengámonos sólo un instante en un par de consecuencias masónicas de este dato etimológico. Por un lado, la que nos viene a la mente de un modo más directo es aquella de índole histórica y vinculada a los controvertidos “Landmarks” andersonianos, particularmente aquel deber del maestro que le impedía recibir a un aprendiz que presentara defectos físicos.
Tanto en su versión de 1723 y la más radical de 1738, las Constituciones de Anderson parecen ser claras en la imposibilidad de admitir aprendices que padezcan incapacidades físicas que le impidan ejercer el Arte. Es dable suponer que aquellas incapacidades sensoriales, tales como la vista, hayan sido, en el incipiente S. XVIII, vallas insalvables para el desarrollo de las virtudes teoréticas. No obstante, una correcta exégesis de los textos andersonianos parece indicar que tal landmark prohibitivo tiene una clara direccionalidad teorética antes que práctica. El progreso científico y ético de las sociedades masónicas ha llevado estos landmarks a su mínima expresión atendiendo el fin específico de la institución, en donde se privilegia la intelección por sobre las disminuciones físicas particulares. Así es dable comprobar que HH.·. con sus facultades visuales disminuidas o extintas pueden aprehender el Arte de un modo notable, a pesar de sus limitaciones físicas y muy a pesar de los cultores de la literalidad sin exégesis.
Otro aspecto interesante tiene que ver con el mentado silencio del aprendiz. Por su ubicación, está llamado a privilegiar su sentidovisual por sobre su oralidad. Otra vez la etimología de la teorética viene a cuento para fundar esta virtud que es tan difícil de dimensionar a los recién ingresados en las logias masónicas. No se debe olvidar que tanto “Teorética”,“Teoría”, “Teatro”, etc., comparten la misma raíz visual y por tanto no esdifícil vincular el silencio del aprendiz con el que guardan los espectadores de una obra teatral en su oscuro patio de butacas. Quien quiera tener una aproximación a la importancia teorética del Teatro en el Renacimiento (de la cual la masonería moderna es una concreción tardía y eficaz) no tiene más que acercar su curiosidad a la obra de Frances Yates: “Teatro del Mundo”. Esta sola obra merecería un análisis vinculado al tema que desarrollamos que excedería en mucho nuestra modesta  capacidad de reseña, análisis y aporte. Pero confío en que el masón rectamente curioso navegará por esa obra para darle la justa impronta a la Orden y que ésta merece conforme su objeto, historia y tradiciones.
Una última cuestión vinculada a la nota teorética de las matemáticas, según este notable texto de Jámblico es que tienen un fin último. Esta causa final no es otra que lo Bello y el Bien, a quien el autor parece ubicar en un plano de igualdad y unidad; quizá porque el Bien en su aspecto contemplativo se reduce al estudio de aquellas proporciones que fundan la Belleza y en este sentido se justifique esta igualdad en vista a una especificidad especulativa. Esta centralidad de la Belleza no es ajena a las tradiciones masónicas, pues muchas interpretaciones artísticas de su ritualidad, propias del escocismo antiguo y aceptado, así lo grafican.
La nota especulativa, en relación con la contemplación teorética, merecería un análisis más arduo. Baste decir que aquel texto paulino que reza: videmus nunc per speculum in aenigmate: tunc autem facie ad faciem. Nunc cognosco ex parte: tunc autem cognoscam sicut et cognitus sum (Pablo, Corintios I; 13,12) no es ajeno ni a la denominada masonería especulativa (cuya adjetivación debería ahondar en estos tópicos además de hacerlo en teorías hoy vastamente criticadas y vulgarmente difundidas) como a ciertas cuestiones propias del gnosticimos, la cábala y el hermetismo que, auncontroversiales, han dejado su impronta en la orden de los francmasones y que justificarían de por sí sendos estudios que exceden los modestos propósitos de esta entrada de blog, pero que merecen ser tenidos muy en cuenta.
No nos hemos movido, en esta primera entrega sobre el texto de Jámblico, de la conceptualización teorética que caracteriza a las matemáticas y poco hemos dicho de las matemáticas en sí. No obstante queríamos detenernos en estas notas sin las cuales resulta imposible abordar el tema sin una justa dimensión de lo que la esencia francmasónica aborda como tal.
Quizá un tratamiento banalizado de esta temática, sumado a cierto y extendido entusiasmo diletante de muchos masones entusiastas pero no habituados a indagar en la génesis historica e ideológica de la Institución, olvidan esta direccionalidad pitagórica o, si son conscientes de ello, olvidan cómo es posible que las matemáticas puedan alcanzarla. Sin esta direccionalidad, ciertos aspectos cruciales de la enseñanzas masónicas quedan supeditadas a cuestiones accesorias que terminan conformando un pretendido enciclopedismo de dudoso rigor y un diletantismo peligroso que a la postre concluye desacreditando una de las naves más gloriosas de la tradición neoplatónica renacentista.
Dejamos para una segunda entrega la vinculación de esta visión sobre las matemáticas con la Teología, la política, la moral, etc., conforme lo especifica el texto en cuestión. No dudamos de que este análisis nos devolverá a la memoria notas fundamentales a partir de las cuales hacer una relectura de la filosofía de la Orden.
Porque, después de todo, quizá Bacon recordara a Platón y al Rey Salomón con acierto:

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