El secreto masónico
Preguntado un antiguo filósofo griego sobre cual era, según su criterio, la cualidad más importante para triunfar y la más difícil de mantener, él respondió: “Ser discreto y callado”.Actualmente, en el ruidoso y escandaloso mundo en que vivimos, donde la privacidad es prácticamente desconocida, cultivar el secreto es doblemente difícil de lo que lo fue en el pasado.
Esta es, por lo tanto, una virtud rara e inapreciable aunque se necesita poco esfuerzo para aprenderla y practicarla. Hoy en día, el mundo es un gallinero de rumores en el que se conoce casi todo, una colección de espejos donde nada permanece oculto. Si los antiguos apreciaban en grado sumo la bondad del silencio, la sociedad de ahora parece estar dispuesta a venerar al dios del cotilleo.
Alguien dijo que, si la Masonería solo enseñase a sus miembros a preservar sagradamente los secretos que otros les hubieran confiado como tales –excepto cuando razones de mayor importancia exigen romperlo–, ya habría realizado una importante tarea que, por si sola, sería su razón de ser, haciéndola merecedora del respeto de la sociedad.
En cualquier caso, no es necesario recalcarle a un masón la importancia del secreto; sin él, la Masonería dejaría de existir o se convertiría en algo tan diferente que sería irreconocible. Sólo por esta razón, la primera lección a impartir a un candidato es el deber del secreto, lo que debe quedar impreso en su conocimiento de forma indeleble.
No obstante, estrictamente hablando, la Masonería no es una sociedad secreta, si por ello entendemos una sociedad cuya presencia se trata de ocultar. Es bien conocida por todo el mundo la existencia de la fraternidad masónica y nunca se ha tratado de encubrir este hecho. Se conoce su organización, sus templos están identificados en las ciudades y sus miembros muestran con orgullo su calidad de masones. Es incluso posible obtener de los registros públicos oficiales los nombres de los miembros de la Orden, aunque no, lógicamente, de los registros de las logias que son de dominio privado.
Tampoco puede decirse con propiedad que la Masonería tiene una verdad que transmitir, desconocida hasta para los más informados. La mayoría de los análisis sobre la parte esotérica de la Masonería tiende a confundirse en este asunto y, cuando se analiza más profundamente, los únicos secretos que afloran se refieren a extrañas teorías, o filosofías imaginarias de escasa importancia. La sabiduría de la Orden está oculta, no porque sea misteriosa, sino porque es muy sencilla: su secreto es profundo, no enigmático.
Al igual que en las matemáticas hay valores principales y en la música hay notas fundamentales sobre las que se apoyan las demás, también la Masonería esta construida sobre las grandes verdades, plenas de contenido y difundidas, sobre las que se sustenta la vida misma. Ha nacido, se mantiene y tiene sus principios en esas verdades. Claro que hay misterios, de la misma forma que la vida y la muerte son misterios; hay que ser muy sabio para comprenderlos y uno de los objetivos de la Masonería es resaltar su verdadera importancia.
Así explicado, la Masonería no es una sociedad secreta, es una orden privada. En la tranquilidad de una logia retejada, en el silencio que produce el alejamiento del estrépito ruidoso del mundo exterior, en una atmósfera de reverencia y amistad, nos transmite las verdades que nos mejoran como hombres, sobre las que apoyar nuestra fe y nuestra personalidad para enfrentar el viento y las tormentas de la vida. Es tan rara su absoluta simplicidad que para muchos es tan secreta como si estuviera oculta por siete velos o enterrada en la profundidad de la tierra.
¿Cuál es el secreto de la Masonería? Su método de enseñanza, la atmósfera que puede crear, el espíritu que se respira en nuestros corazones y los lazos que rodean y fluyen entre los hombres; en otras palabras, las Logias con sus ceremonias y juramentos, los signos, los toques y las palabras, tienen el poder de evocar los que es más secreto y oculto en el corazón de un Masón. No se puede explicar cómo funciona este mecanismo, sólo sabemos que se realiza y que protege como un preciado tesoro el método mediante el cual se lleva a efecto.
Hay una tendencia a decir que los signos y los toques tienen un escaso valor, pero esto es incierto; tienen una gran importancia y nunca los cuidaremos lo suficiente de su mal uso o profanación. Benjamín Franklin hizo una famosa elegía de los signos y los toques que no se quedó en una vana elocuencia. Está justificada por los hechos y debe ser conocida y recordada:
“Estos signos y toques no tienen poco valor, hablan un lenguaje universal y tienen el efecto de un pasaporte a la atención y el apoyo de todos los iniciados en cualquier parte del mundo. No pueden perderse en tanto que, como recuerdo, mantienen su poder. Aunque a su poseedor se le exilie, naufrague, se vea en prisión o se le desprovea de todo cuanto ha tenido en su vida, siempre le quedan estas credenciales que están disponibles para su utilización cuando lo requieran las circunstancias.
Los benéficos efectos que han producido quedan reflejados en hechos históricos incuestionables. Han detenido la mano de los destructores, han suavizado las acciones de los tiranos, han mitigado los horrores de la cautividad y han roto las barreras que levantan las posiciones sectarias y de enfrentamiento político.
En el campo de batalla, en la soledad de las selvas vírgenes o en la abigarrada ciudad, se han formado hombres de sentimientos hostiles, de religiones muy antagónicas y de la más diversa condición humana, pero que están dispuestos a ayudarse mutuamente y sienten una satisfacción y un reconocimiento social porque han sido capaces de aportar consuelo a un hermano masón”.
También es cierto, y no de menor importancia, que, en la marcha de la vida diaria, los signos y toques han unido a los hombres, manteniéndoles juntos de una manera singular y sagrada. Abren las puertas de la soledad en la que vive cada ser humano, forman una cadena que nos une con hombres de la Orden en todas partes y nos capacitan para ayudarnos unos a otros de muchas e incontables maneras. Se teje así una red de compañerismo, amistad y fraternidad a lo largo del mundo entero, lo que aporta algo amable y bueno a nuestras vidas, sin lo cual seríamos, decididamente, más pobres espiritualmente.
No olvidemos nunca que la vida viene del espíritu, la letra por sí sola está vacía. Un viejo hogar significa miles de cosas importantes para quienes las pusieron allí. Su disposición y el conjunto que forman, así como el espacio en el que se asientan, es algo sagrado para cada uno; pero, si un extraño lo adquiriese, estas cosas sagradas no significarían nada para él. El espíritu ha desaparecido, el brillo se ha apagado. Esto es lo que ocurre con la Logia, si se abriera a los ojos curiosos de los profanos se arruinaría su belleza, su poder se anularía.
El secreto de la Masonería, igual que el de la vida, sólo pude conocerlo aquel que lo busca, lo comprende y lo vive. No se puede expresar, hay que sentirlo y entenderlo; de hecho, es un secreto abierto y cada iniciado lo entiende de acuerdo con su búsqueda y sus capacidades. Como todo lo que merece ser conocido, nadie puede conocerlo por otros ni tampoco puede conocerlo sólo por sí mismo, únicamente se puede aprender en compañía, en el intercambio vital, de espíritu contra espíritu, rodilla contra rodilla, pecho contra pecho, mano contra mano.
Por estas razones no debemos preocuparnos por cualquier libro escrito para exponer públicamente a la Masonería. Resulta completamente inofensivo. El secreto real de la Masonería no se puede aprender con miradas inquisitivas o búsquedas curiosas. Desde luego, es nuestra obligación proteger la privacidad de las logias, pero el secreto masónico sólo lo pueden conocer aquellos que están preparados y son merecedores de recibirlo. Un corazón puro y una mente honesta son candidatos para conocerlo; otros buscarán en vano y no lo encontrarán, incluso aunque lleguen a aprender los signos y los toques de cada rito y cada grado de la Orden.
Más allá de la intención de esconder sus secretos, la Masonería está permanentemente intentando trasmitirlos al mundo de la única forma en que puede hacerlo: por medio del perfeccionamiento del carácter y de los comportamientos que se empeña en crear y obtener de sus miembros. Todos los trabajos de la Masonería se dedican a modelar un hombre ayudándole a descubrirse y a que se desarrolle. Es como una cantera en la que se pulimentan las rugosas piedras de la humanidad para su mayor lucimiento.
Si la Masonería utiliza el señuelo del secreto es porque está en la naturaleza del hombre desentrañar lo que está oculto y desear lo prohibido. Dios también se nos oculta, de forma que, buscándole entre las sombras de la vida, podamos al fin encontrarle y encontrarnos a nosotros mismos. Quien no tiene la suficiente inquietud por Dios como para buscarle, jamás le encontrará aunque Él no está muy lejos de nosotros.
Aquel que se acerque a la Masonería de esta manera descubrirá que su vida masónica es una gran aventura. Es una fuente constante de nuevas experiencias, algo nuevo se nos presenta a cada momento, algo nuevo en sí mismo ya que la vida se intensifica con los años, y algo nuevo en masonería a medida que se entiende su significado. El Masón que considera aburridos a sus grados y un galimatías su ritual tan sólo demuestra la medida de su propia mente.
Si un ser humano ya supiera todo de Dios y los hombres, la Masonería no tendría nada que enseñarle; pero es un hecho que el más sabio de los hombres sabe realmente muy poco. El camino es poco claro y nadie puede ver muy lejos. Somos buscadores de la verdad y Dios nos ha hecho de forma que no la encontremos solos, sino con el amor y la ayuda de un compañero. Este es el auténtico secreto, y descubrirlo es conseguir la llave del significado y de la alegría de la vida.
La Verdad no es un regalo, es un premio. Para conocerla hemos de ser verdaderos, para encontrarla hemos de buscarla, para entenderla hemos de ser humildes y para conservarla hemos de tener una mente clara, un corazón valeroso y el amor fraternal de aplicarla en el servicio de la humanidad.
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