EL SILENCIO
Cuenta la leyenda que un joven llegó a pedir a un maestro
que le enseñara los secretos del budismo Zen. El maestro le pidió que le
hablara sobre los temas que él mejor conocía y manejaba o en lo que se
consideraba mejor preparado. Mientras el joven comenzaba a explicar una larga
lista sobre temas que eran de su dominio, como la agricultura, las aves, el
clima, entre otros, el anciano maestro le puso entre las manos una taza y
comenzó a servirle té. El joven seguía hablando de lo que sabía, de cómo lo
había aprendido y de su superioridad sobre otros en ese conocimiento, y
mientras él hablaba y hablaba, el maestro seguía sirviendo té, con calma, pero
sin detenerse. Tanto fue lo que habló el joven, que el maestro llenó la taza
hasta desbordarla. Entonces, el joven, algo incómodo, le dijo: Maestro, ¿por
qué sigues llenando la taza, si esta ya está repleta? El maestro contestó: tú
has venido a mi igual que esta taza, llena hasta el extremo de perder parte de
su contenido. Hasta que no vengas vacío, no necesitas un maestro… Esta leyenda
budista refleja la incapacidad de guardar SILENCIO, lo que resulta ser en parte
el sentido del tema que se propone abordar este trazado. El silencio parece
presentarse como una de las actitudes más difíciles de desarrollar en los
hombres, y uno de los bienes más escasos en nuestra sociedad, caótica y en
permanente ebullición.
Cuando el templo nos llama a su amparo, y en orden
ingresamos a contemplar sus luces, cruzamos ese mágico umbral que nos lleva del
ruido al silencio. Dejamos el bullicio del exterior para conectarnos con
nosotros mismos y con nuestros hermanos. No hace falta una orden, ni una mirada
siquiera. Es solo la presencia de lo SAGRADO la que nos obliga a callar.
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