EL SILENCIO MASÓNICO
Hermanos míos, en esta
ocasión os pido respetuosamente que guardéis silencio; pero en vuestro
interior; así os hallaréis en correcta disposición de entender los legados de
una virtud sin par. Para que entendáis correctamente lo que significa el
silencio para el masón, debemos acudir a su definición profana, indicando que
es la privación voluntaria de la facultad de hablar. Y en verdad, casi todos
sabemos hablar pero poco sabemos callar. Por ello, saber callar la lengua y los
sentidos es una virtud. La leyenda enseña que el príncipe BAHZAM, un día cualquiera
salió a cazar cerca de su palacio; en dicha actividad fue sorprendido por la
noche, cuando precisamente buscaba una buena presa. Cansado ya, el príncipe se
sentó debajo de un frondoso árbol con el propósito de tomar respiro; en ese
momento sintió salir de las ramas la voz de un ave; acto seguido Bahzam se
coloco de pie y le disparo con su cerbatana al pajarillo, matándolo enseguida.
Teniendo el joven a sus pies al ave fallecida, medito, suspiro y dijo: “¡Oh!,
cuan hermoso es saber callar y cuidar la lengua! Si esta ave no hubiera
hablado, no habría perecido.”
Ahora bien,
acercándonos a la masonería, diremos que el silencio resulta ser una virtud a
través de la cual se corrigen muchos defectos y se aprende a ser prudente e
indulgente con las faltas que se observen. Pero, ¿de dónde proviene el silencio
como axioma fundamental para crecimiento del masón y cuál es su verdadero
significado e importancia? Etimológicamente silencio proviene del sánscrito mu
y sus derivaciones Muka (mudo) y musterion; (misterio)
dicha raíz se complemento en Grecia a través de verbo musin
(que significa cerrar) y su ramificación museria (silencio) y
en Roma con la raíz (mutus) de donde surge el termino mutare o
cambiar, por referirse al silencio que las aves observan durante la renovación
de su plumaje. De lo visto podemos colegir, que el concepto de silencio guarda
una estrecha relación con el de misterio y por ende con el secreto
masónico; empero lo anterior, este sería tema para otra plancha, por lo que no
resulta pertinente tratarlo aquí. Enseña la historia de la masonería, en
relación al silencio del primer grado, que bastaría entender su simbología al
remitirnos al génesis de las sociedades humanas. Lo anterior parece
ratificarse históricamente en la escuela pitagórica; recordemos que en su
comunidad filosófico educativa, ubicada en Crotona (Italia meridional,
denominada entonces Magna Grecia) a los discípulos se les sometía a un largo
período de noviciado, en donde se les admitía como oyentes, observando un
silencio absoluto.
La razón de ser
de la actitud contemplativa que debe inspirar al aprendiz y al masón en
general, no es otra que la de potenciar sus posibilidades espirituales que se
encuentran siempre latentes; en otras palabras, en el silencio se encuentra la
posibilidad del crecimiento; cuando nos aislamos de nuestras influencias
exteriores, abrimos los canales de concentración, observamos, escuchamos y
contemplamos, estamos aprendiendo a ver la luz, y esto, de por sí, es un
proceso que entraña una gran fuerza de voluntad. Ahora bien, enfoquemos el
silencio constructor a nuestro principal legado: la iniciación. Pero
previamente, Recordáis hermanos míos, cuál fue la primera palabra pronunciada
hoy por nuestro venerable maestro. ¿No?, pues no ha sido otra que: “silencio”
seguida de la expresión “Hermanos míos que estamos en logia”. Pero, ¿ qué nos
enseña dicha palabra y en tal especial momento? nos lleva a entonarnos en un
mundo que nos muestra más allá de lo que perciben nuestros sentidos; nos ayuda
a abrir nuestro corazón y nuestro entendimiento, para recibir los mejores
frutos de la espiritualidad y del conocimiento; nos ayuda a sintonizarnos en la
misma frecuencia del G:.A:.D:.U:.; en fin, el silencio promulgado al inicio de
toda tenida permite nuestra unión mística y la posibilidad de enlazar las
mejores energías, que deben ser utilizadas en nuestros altruistas trabajos.
Ahora bien, retomando es
bueno indicar que el silencio en torno a la iniciación resulta clave; desde que
somos vendados y llevados al cuarto de reflexión, se nos enseña, que sólo a
través de la contemplación, se puede acceder a las primeras verdades. Mismas,
que es necesario desentrañar poco a poco a través del crecimiento interior. De
igual forma, Cuando prestamos juramento, adquirimos la obligación de callar,
especialmente cuando se nos indica que no debemos revelar los secretos de la
orden ni la palabra sagrada al mundo profano; allí, el silencio simboliza la
discreción y la disciplina del masón, así como su lealtad frente a sí mismo y
sus hermanos. Para ser más elocuentes escuchemos un viejo adagio hermético que
resulta claro sobre el punto: “los labios de la sabiduría están mudos
fuera de los oídos de la comprensión”; por ello, el buen masón prefiere que le
corten la garganta antes que romper su silencio.
Y por sí fuera poco, en la
consagración, luego de que el recipiendario ha comenzado a ver, así sea
tenuemente la verdadera luz, se le hace ratificar su juramento y sus
obligaciones y allí comienza la verdadera vida al comprender nuestro legado y
el llamado especial, a ser conciencia entre inconscientes y a ser equilibrio en
donde sólo hay tempestad.
Por ello
queridos hermanos el alcance de nuestra voz, producto de nuestros pensamientos,
resulta clave en la construcción del templo, a través del pulimento de la
Piedra bruta. Para aprender a callar, hay que ser consciente de nuestras
flaquezas, ¿por qué, qué difícil aún resulta a veces, encontrar nuestro
silencio interior? De esa dificultad devienen, sí observáis con cuidado la
mayoría de los vicios del ser humano; pues la palabra, resulta ser la
consecuencia directa de nuestros pensamientos y la salud mental. La mejor
palabra es la corta y breve, la sabia, que transmite la verdad; la que se
dirige al bien. Aprender a hablar poco, lo justo y suficiente, significa en el
masón en general, no sólo en el aprendiz, la fuerza de voluntad, el carácter
templado, el dominio de si mismo, la elevación de su espíritu. Como corolario
queridos hermanos es pertinente recordar al sabio Lokman, que enseño a su
sucesor: “¡hijo mío! Si la gente se enorgullece por su elocuencia y por su arte
de buen decir, tu deberás agradecer a Dios el haberte dado juicio para saberte
callar”. Ahora bien, como buen aprendiz mis hermanos, vuelvo al silencio para
encontrar la paz, porque hay que ser amo de nuestros silencios y no esclavo de
nuestras palabras.
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