domingo, 29 de septiembre de 2013

EL SILENCIO MASÓNICO

EL SILENCIO MASÓNICO
Hermanos míos, en esta ocasión os pido respetuosamente que guardéis silencio; pero en vuestro interior; así os hallaréis en correcta disposición de entender los legados de una virtud sin par. Para que entendáis correctamente lo que significa el silencio para el masón, debemos acudir a su definición profana, indicando que es la privación voluntaria de la facultad de hablar. Y en verdad, casi todos sabemos hablar pero poco sabemos callar. Por ello, saber callar la lengua y los sentidos es una virtud. La leyenda enseña que el príncipe BAHZAM, un día cualquiera salió a cazar cerca de su palacio; en dicha actividad fue sorprendido por la noche, cuando precisamente buscaba una buena presa. Cansado ya, el príncipe se sentó debajo de un frondoso árbol con el propósito de tomar respiro; en ese momento sintió salir de las ramas la voz de un ave; acto seguido Bahzam se coloco de pie y le disparo con su cerbatana al pajarillo, matándolo enseguida. Teniendo el joven a sus pies al ave fallecida, medito, suspiro y dijo: “¡Oh!, cuan hermoso es saber callar y cuidar la lengua! Si esta ave no hubiera hablado, no habría perecido.”
Ahora bien, acercándonos a la masonería, diremos que el silencio resulta ser una virtud a través de la cual se corrigen muchos defectos y se aprende a ser prudente e indulgente con las faltas que se observen. Pero, ¿de dónde proviene el silencio como axioma fundamental para crecimiento del masón y cuál es su verdadero significado e importancia? Etimológicamente silencio proviene del sánscrito mu y sus derivaciones Muka (mudo) y musterion; (misterio) dicha raíz se complemento en Grecia a través de verbo musin (que significa cerrar) y su ramificación museria (silencio)   y en Roma con la raíz (mutus) de donde surge el termino mutare o cambiar, por referirse al silencio que las aves observan durante la renovación de su plumaje. De lo visto podemos colegir, que el concepto de silencio guarda una estrecha relación con el de misterio y por ende con el secreto  masónico; empero lo anterior, este sería tema para otra plancha, por lo que no resulta pertinente tratarlo aquí. Enseña la historia de la masonería, en relación al silencio del primer grado, que bastaría entender su simbología al remitirnos al génesis de las sociedades humanas. Lo anterior parece ratificarse históricamente en la escuela pitagórica; recordemos que en su comunidad filosófico educativa, ubicada en Crotona (Italia meridional, denominada entonces Magna Grecia) a los discípulos se les sometía a un largo período de noviciado, en donde se les admitía como oyentes, observando un silencio absoluto.
La razón de ser de la actitud contemplativa que debe inspirar al aprendiz y al masón en general, no es otra que la de potenciar sus posibilidades espirituales que se encuentran siempre latentes; en otras palabras, en el silencio se encuentra la posibilidad del crecimiento; cuando nos aislamos de nuestras influencias exteriores, abrimos los canales de concentración, observamos, escuchamos y contemplamos, estamos aprendiendo a ver la luz, y esto, de por sí, es un proceso que entraña una gran fuerza de voluntad. Ahora bien, enfoquemos el silencio constructor a nuestro principal legado: la iniciación. Pero previamente, Recordáis hermanos míos, cuál fue la primera palabra pronunciada hoy por nuestro venerable maestro. ¿No?, pues no ha sido otra que: “silencio” seguida de la expresión “Hermanos míos que estamos en logia”. Pero, ¿ qué nos enseña dicha palabra y en tal especial momento? nos lleva a entonarnos en un mundo que nos muestra más allá de lo que perciben nuestros sentidos; nos ayuda a abrir nuestro corazón y nuestro entendimiento, para recibir los mejores frutos de la espiritualidad y del conocimiento; nos ayuda a sintonizarnos en la misma frecuencia del G:.A:.D:.U:.; en fin, el silencio promulgado al inicio de toda tenida permite nuestra unión mística y la posibilidad de enlazar las mejores energías, que deben ser utilizadas en nuestros altruistas trabajos.
Ahora bien, retomando es bueno indicar que el silencio en torno a la iniciación resulta clave; desde que somos vendados y llevados al cuarto de reflexión, se nos enseña, que sólo a través de la contemplación, se puede acceder a las primeras verdades. Mismas, que es necesario desentrañar poco a poco a través del crecimiento interior. De igual forma, Cuando prestamos juramento, adquirimos la obligación de callar, especialmente cuando se nos indica que no debemos revelar los secretos de la orden ni la palabra sagrada al mundo profano; allí, el silencio simboliza la discreción y la disciplina del masón, así como su lealtad frente a sí mismo y sus hermanos. Para ser más elocuentes escuchemos un viejo adagio hermético que resulta claro sobre el punto: “los labios de la sabiduría  están mudos fuera de los oídos de la comprensión”; por ello, el buen masón prefiere que le corten la garganta antes que romper su silencio.
Y por sí fuera poco, en la consagración, luego de que el recipiendario ha comenzado a ver, así sea tenuemente la verdadera luz, se le hace ratificar su juramento y sus obligaciones y allí comienza la verdadera vida al comprender nuestro legado y el llamado especial, a ser conciencia entre inconscientes y a ser equilibrio en donde sólo hay tempestad.
Por ello queridos hermanos el alcance de nuestra voz, producto de nuestros pensamientos, resulta clave en la construcción del templo, a través del pulimento de la Piedra bruta. Para aprender a callar, hay que ser consciente de nuestras flaquezas, ¿por qué, qué difícil aún resulta a veces, encontrar nuestro silencio interior? De esa dificultad devienen, sí observáis con cuidado la mayoría de los vicios del ser humano; pues la palabra, resulta ser la consecuencia directa de nuestros pensamientos y la salud mental. La mejor palabra es la corta y breve, la sabia, que transmite la verdad; la que se dirige al bien. Aprender a hablar poco, lo justo y suficiente, significa en el masón en general, no sólo en el aprendiz, la fuerza de voluntad, el carácter templado, el dominio de si mismo, la elevación de su espíritu. Como corolario queridos hermanos es pertinente recordar al sabio Lokman, que enseño a su sucesor: “¡hijo mío! Si la gente se enorgullece por su elocuencia y por su arte de buen decir, tu deberás agradecer a Dios el haberte dado juicio para saberte callar”. Ahora bien, como buen aprendiz mis hermanos, vuelvo al silencio para encontrar la paz, porque hay que ser amo de nuestros silencios y no esclavo de nuestras palabras.



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