Maestro Titta, un verdugo a sueldo del Papa
Hay un dicho muy popular que dice “A Dios rogando y con el mazo dando”. Y es que, en el nombre de Dios, muchísimas han sido las guerras, muertes y ejecuciones que se han llevado a cabo a lo largo de la Historia.
El relato que os acerco hoy hasta este Cuaderno de Historias es el de un curioso personaje llamado Giovanni Battista Bugatti (aunque se le conocía popularmente por su apodo de‘Mastro Titta’), quien trabajó a lo largo de siete décadas como verdugo de los Estados Pontificios.
En 1796, con 17 años recién cumplidos, Giovanni comenzó a trabajar a las órdenes del papa Pío VI y la tarea encomendada (a pesar de su joven edad) era la de ajusticiar a aquellos delincuentes y/o asesinos que tras haber sido juzgados por el tribunal eclesiástico recibiesen como condena la pena capital.
Durante los primeros cinco años en los que desempeñó este oficio apenas llevó a cabo media docena de ejecuciones, pero tras la Revolución Francesa y el control por parte de los galos de las decisiones de los Estados Pontificios, las condenas de muerte se multiplicaron de manera vertiginosa, ya no solo ejecutándose a delincuentes o asesinos, sino que abarcó a todo aquel sospechoso de conspirar u opositor contra las leyes impuestas desde Francia, por lo que hubo un periodo en el que al Mastro Titta se le acumuló el trabajo, ejecutando casi a diario.
Fue el verdugo que se mantuvo más años en el puesto (en total 69) y no fue jubilado hasta que cumplió los 85 años de edad, dejando tras de sí la cifra de 596 ejecuciones practicadas.
Cuentan las crónicas que no era demasiado alto, pero que con los años adquirió una importante corpulencia.
Varios fueron los métodos que utilizó a lo largo de su carrera profesional como verdugo para ajusticiar a los reos: de un hachazo cortando el cuello, la horca, con una maza (con la que asestaba un fuerte golpe contra la cabeza del condenado y con la que le aplastaba los sesos) y, a partir de 1810, laguillotina, directamente importada desde Francia.
No le gustaba tratar a los reos como condenados, por lo que cada vez que se refería a estos lo hacía utilizando el término ‘pacientes’. A pesar de no tener una gran cultura y no estar demasiado ilustrado, el Mastro Titta procuraba un trato amable al paciente momentos antes de llevar a cabo la ejecución y varias son las ilustraciones que lo muestran ofreciendo tabaco o unas palabras de aliento.
Eso sí, una vez que tenía que llevar a cabo la ejecución se mostraba impasible, realizándola con dureza y brutalidad. Tras la muerte del condenado mostraba orgulloso, al público asistente, la cabeza cortada del ejecutado.
Dependiendo del delito cometido por el condenado a muerte (normalmente brutales asesinatos o crímenes contra miembros del credo), Giovanni empleaba una mayor brutalidad a la hora de ajusticiarlo, llegando a descuartizarlos tras la ejecución y colgar sus miembros en las esquinas del cadalso.
Pero tras cumplir con su trabajo, el Mastro Titta era un hombre normal y corriente como todos los demás. Se retiraba a su casa, situada en el Trastévere (al otro lado del rio Tíber, muy cerca del Vaticano) y allí convivía con su esposa, a la que ayudaba en un negocio artesanal de pintar paraguas y sombrillas que se vendían a los turistas que visitaban Roma.
Como verdugo oficial de los Estados Pontificios gozó de ciertos privilegios, pero también tuvo una norma que tenía que cumplir escrupulosamente, ya que bajo ningún concepto podía abandonar el barrio en el que residía y tan solo podía hacerlo cuando fuese requerido desde el otro lado del rio para ir a ejecutar a un condenado.
Esta era una medida que se tomaba para salvaguardar la seguridad del propio Giovanni, debido a que eran muchos los familiares, amigos y simpatizantes de los ajusticiados por él que querrían agredirlo. Por otro lado estaba el hecho de que cada vez que cruzaba el puente que separaba ambas orillas delTíber, una multitud de personas hacían correr la voz y se congregaba en la plaza donde se iba a realizar la ejecución. Algo que provocaba masificación de gente concentrada en aquel lugar, que daba paso a numerosos incidentes, al no poder ser controladas por los miembros de orden público allí dispuestos.
Se jubiló, por orden del Papa Pío IX, el 17 de agosto de 1865, retirándose a vivir plácidamente y con una generosa pensión; nada habitual en la época ser percibida por aquellos que se dedicaban a ese tipo de oficio, ya que lo normal era que se le asignase unas tierras junto a una casa y viviesen de lo que cultivaban. En el caso del Mastro Titta la retribución fue de 30 escudos mensuales (teniendo en cuenta que por cada ejecución había percibido a lo largo de su vida la irrisoria cantidad de 3 céntimos de lira).
Podría decirse que fue el último gran verdugo bajo las órdenes papales. Tras retirarse tan solo once fueron las ejecuciones realizadas, hasta que en 1870 desapareciese como tal los Estados Pontificios y Roma pasase a estar bajo el control administrativo y judicial del rey italiano Víctor Manuel II.
Una vez ya formado el Vaticano nuevamente como Estado en 1929, tras los Pactos de Letrán, la Santa Sede mantuvo la pena de muerte durante cuarenta años más (hasta 1969), aunque no hubo ejecuciones.
Cabe destacar que varios fueron los dramaturgos que escribieron sobre Giovanni Battista Bugatti, entre ellos Charles Dickens, Giuseppe Gioachino Belli o George Gordon Byron (Lord Byron). También se puede leer online las memorias del Mastro Titta, escritas a raíz de las anotaciones que fue realizando a lo largo de su vida y que se encuentran en un pdf en la web delMuseo criminológico de Roma.
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