Hace tiempo ya me apercibo de que,
merced al destino y al trabajo desarrollado en el Tall.•., podía tener la
bendición de ser elevado por mis HH.•. para
dirigir los trabajos de la Log.•. desde
el Trono del Rey Salomón. Por ello pensé en tener el símbolo de la labor como V.•. M.•. y
me impuse la tarea de buscar un mazo para desempeñar el arduo trabajo que me
espera.
Deseaba que el mismo, fuera algo fuerte
y pesado, de tal modo, que cuando golpease con el, dominara la atención de
todos. Busqué, recorrí, y seguí buscando. Buscaba algo muy especial;
recordé que hay una madera que se denomina "lignitita"muy
conocida como "la madera
de hierro". Eso es lo
que necesito para gobernar y dirigir, me dije. Hasta llegué a comprar uno que
parecía ser lo que en verdad buscaba, pero al fin no resulto ser, sino un buen
trabajo de laqueado en un sencillo mallete de hierro.
Desilusionado, cansado, y hasta
aburrido, olvide mis afanes en pos de aquello que creía indispensable para la
labor, hasta que hace apenas unos días, me asalto de nuevo esa obsesión y volví
a recorrer tiendas, kioscos, anticuarios y hasta puestos callejeros en pos del
Mazo. Y me enredé en la maraña de una populosa zona de la ciudad de tienditas,
localcitos, donde era tal la cantidad de objetos que servían para todo y para
todos, que creía que jamás conseguirá lo que realmente buscaba. Y me encontré
de pronto ante una puerta y sin saber cómo, empujado quizá, por la invisible
mano que me guiaba, sin yo saberlo, me encontré en el interior de un sitio que
me hizo pensar que estaba fuera de la zona del crepúsculo del tiempo. El local,
si así se lo puede llamar, era tan pequeño y tan oscuro que apenas si se
percibían nuestras siluetas. Y allí, como surgiendo de la nada, se dibuja una
escalera de caracol. Avancé vacilante y silencioso. Eran tantas las vueltas del
ascenso caracoliano que mi esposa, que estaba muy junto a mí, se mareo como si
estuviera en un carrusel.
Llegamos al final de ese laberinto de
gradas y ante nosotros se apareció un cuartucho en el que habían miles y miles
de cosas y podría jurar que ninguna era al menos de mi época. Todas habían sido
usadas una u otra vez; algunas sólo ayer, otras, siglos atrás. Y allí estaba un
hombre, un viejo, que parecía ser tan antiguo como los objetos que tenía
en venta. Me dio la impresión de que el nunca esperaba saber el precio que
obtendría por su mercancía. Su plateado y escaso cabello, las arrugas de su
frente, que hablaban de la sabiduría e inteligencia esparcida en todo su ser;
sus labios, en un rictus afable y acostumbrados a las buenas palabras; sus
manos arrugadas pero firmes como ramas perennes de la acacia inmortal, se
alargaron y nos dieron la bienvenida.
Sin palabras, sin preguntas, tan sólo
con ese brillo de sus ojos, ojos que han visto la luz, que han dicho la verdad
y que han practicado la tolerancia. Esos ojos a la vez, me decían que le
encantaba el regateo por cualquier trasto, un
"tira y afloja",luego una sonrisa cómplice, un apretón de manos y
el trato ya estaba hecho. Su hijo le ayudaba. Tan joven, pero tan ajeno al
tiempo como el reloj de pared que sonaba pero carecía de manecillas. Quedé tan
absorto con todo ello que necesite que mi esposa me volviera a la realidad,
apretándome mi brazo.
Le dije al anciano que buscaba un
martillo, un mazo. Sentí entonces en mis espaldas, un viento helado, como si
viniera de los siglos de los siglos. Me volví ante esa impresión, di unos pasos
atrás, y quedé sorprendido al ver al joven con una bandeja colmada de mazos,
entre sus manos. No eran mazos corrientes. Algunos eran de madera, otro de
hierro, unos de plástico, otros de hueso. Cada uno más hermoso que el otro. Yo
ya no sabía cual escoger todos eran malletes Mass.•. y así lo manifesté. La sonrisa huyo
del rostro del anciano su hijo me miro con benevolencia para mi mayor
incomodidad y azoramiento aún, el vetusto reloj de pared se detuvo. Después de
lo que me pareció el paso de mil siglos; el viejo me miro lanzándome nuevamente
una sonrisa como para decirme que el me ayudaría a seleccionar un mazo.
Mi esposa aflojó mi brazo. Sentí que sus
uñas se habían clavado en mi piel, traspasando mi chaqueta; el tonto
reloj se puso a repicotear nuevamente; no me imaginaba para que, ya que
carecía de manecillas para decir algo.
Hijo mío, díjome el anciano, mirándome
con bondad, quieres ser un buen V:. de tu Log:., ¿Verdad?. Por qué entonces
buscas un instrumento que podrá falsear y torcer tu carácter. Tu no pareces ser
un hombre que exija obediencia estricta, si esta acareara el deshonor para ti y
tus HH:., ¿por qué quieres un mazo de hierro?. El mazo que vayas a usar, debe
ser algo como tu mismo, pareces ser un hombre de paz, con un gran sentido
de igualdad; que conoce el verdadero valor de los hombres y el intrínseco valor
de las cosas. Te he mirado y me he formado una idea de cómo te llevas tu, con
tus semejantes.
Quieres algo hecho de un material que
recuerde que eres un hombre que ha conocido tiempos difíciles, tiempos buenos,
tiempos malos, tiempos fáciles, tiempos de guerra, tiempos de paz, tiempos de
triunfos y tiempos de fracasos, tiempos de amor y tiempos de reposo,
tiempos de estudio y tiempos de enseñanza y que cuando manejes el emblema de tu
autoridad, te des cuenta del bien y del mal y que si alguna vez has errado con
él, rectifiques tu conducta y te hagas mas bueno y más tolerante.
¿Quieres algo así, Verdad?
Mudo y con un nudo en la garganta,
asentí sin parpadear.
Aquí, hijo mío, está el Mallete que
necesitas. Y al decir esto me mostró un mazo. ¡Oh Dios! Que mazo. Era tan
feo como el pecado mismo. Con nudos grandes y duros, sucio y desprovisto de
majestad. Parecía el mazo de Matusalén; volví a la realidad y esbozando
una sonrisa me dije: "Me
está tomando el pelo, cómpralo y síguele el juego".
El viejo pareció comprender y antes de
que yo pudiera articular palabra alguna, me dijo pacientemente, como
reflexionando para sí mismo: "El hombre sigue siendo hombre, ¿cuándo
llegará la hora de confiar el uno en el otro y cuando le dará el beneficio de
la duda antes de golpearle?; mira ese reloj en el muro... tu no
confías en el por qué no tiene manecillas, pero dime, ¿por qué habría de
tenerlas"?. Ha sido construido por el tiempo mismo, para decirte que el
tiempo está transcurriendo, que el tiempo pasa; escucha su Tic, escucha
su Tac, es el pulso del ser, es el sístole del dar, es la diástole del
recibir. No importa si es mediodía aquí o medianoche allí, simplemente no
importa. Se mueve para los que viven y se detiene para los que mueren, pero
sigue respirando para quienes quieren escucharle al paso de sus años.
El anciano alargó su mano y su joven
hijo puso en ella, una virutilla de acero. parecía que joven y viejo se
comunicaban sin palabras. Sus arrugadas manos comenzaron a
raspar los siglos del
vetusto Mallete.
Al cabo de algunos minutos, que
parecieron interminables, tenía ante mí, uno de los más hermosos malletes que
jamás haya visto. Era nudoso y estaba hecho de una blanca madera de Olivo, de
aquel Olivo de la Paz. El anciano me dijo: Ignoro su antigüedad, pero no está
seco, ni es quebradizo. No es pesado pero un suave golpe llama a la audiencia e
impone respeto. Es así como deberás gobernar y dirigir a tu Log.•. y a tus HH.•. Con juicio firme y solidó; con
sabiduría, con fe, con fraternidad, con igualdad verdadera y absoluta
tolerancia. Con la sensación del Olivo y la Paz en tus manos y no con el peso
del duro acero, para imponer tu voluntad a los otros, especialmente a los HH:.
de tu arte. Este mazo es viejo como el tiempo, pero quién lo va a saber, a
menos que tú se lo digas. Deja que él te diga que, para dirigir tu Log.•. debes emplear reglas de una época en
la que los hombres de Paz caminaban libres por la faz de la tierra.
Sobrecogido y con lágrimas en los ojos,
contemplan al anciano. ‘El ya
no sonreía; lucia cansado, pero hondamente satisfecho. Abrí mi boca y me
atreví a balbucear cuanto pedía que yo pagase por ese mallete, por mi mallete.
Puso su vetusta y arrugada mano sobre mi hombro y me dijo: "Hijo
querido, Hermano mío, jamás tendrás el dinero suficiente para poder comprar
este mallete. Tenlo para ti. sólo asegúrame que lo usaras con sabiduría y
rectitud. Llévalo contigo y recuerda siempre este momento. Su joven hijo
sonrió por primera vez, como para asegurarme de que estaba bien que me llevara
conmigo el mallete de buena fe.
Hasta hoy, no recuerdo como salí de ese
lugar, ni como baje esa escalera de caracol pero sí recuerdo que me vi en la
calle, entre la maraña de gente, con el Mallete apretado entre mis manos muy
junto a mi corazón y caminé y seguí caminando buscando la huella para retornar
a mi hogar. Mi esposa tiembla cuando recordamos aquel día, aquel cuartucho,
aquel anciano, aquel joven, aquel reloj que aún sin manecillas, marca el
decurso de la vida.
Yo se que todo aquello sucedió, porque
estoy aquí, sentado contemplando el Mallete, mientras me pregunto a mi mismo:
¿qué
hará este Mallete por mi?; o lo que es más importante:
¿qué
haré yo por mi Log.•. que me puso aquí?;
¿qué
haré yo por mis HH.•. que me dan el calor que necesito?;
¿qué
haré por mi Ord.•. que tan generosamente me cobija?
Y
quiero hacer y quiero Ser:
El
V.•. M.•. Laborioso para esta mi justa Logia
El
V.•. M.•. Honesto para esta mi Aug.•. Ord.•.,
El
V.•.M.•. Sabio para este mi "VIEJO MALLETE"
No hay comentarios:
Publicar un comentario