En qué consiste el secreto masónico
Para efectos de este trazado, hemos de distinguir la “discreción” del “secreto” propio de la doctrina masónica.
La discreción se refiere al sigilo que los masones debemos guardar
respecto de las cosas formales de la Orden, por ejemplo los asuntos
tratados en Logia y sus métodos de reconocimiento, sus ceremonias y
otras cuestiones de forma, no de fondo.
El secreto, en cambio,
está en dirección de las enseñanzas y de los hallazgos de vida interior
que el adepto va descubriendo por sí mismo durante el proceso de su
desbastamiento personal mediante el trabajo iniciático.
En
efecto, la disciplina de no revelar las confesiones y comunicaciones que
la Orden considera como íntimas es, en realidad, una prueba de
discreción que atesora la buena fe de los adeptos, así como su
disposición a desarrollar, en sí mismos, una habilidad iniciática y
espiritual.
De sobra hemos sostenido y aceptado que al mundo
profano nada tiene que ocultarle la Masonería, puesto que ningún asunto
tratado en las Logias es contrario ni al orden moral y jurídico, ni
tampoco a la estabilidad social y política del Estado.
En
consecuencia, el estatus del secreto masónico nada tiene que ver con
revelaciones extraordinarias o fantásticas de las que el mundo profano, e
incluso el masónico, pudieran sorprenderse.
Si este fuera el
verdadero sentido del secreto masónico, entonces todos nos moriríamos de
risa, y nos veríamos en extremo ridículos e infantiles si con gran
acuciosidad asumiéramos que esa fuera la naturaleza primigenia y
fundamental del susodicho secreto masónico.
¡Imaginémonos cómo
nos veríamos los masones hoy en día, si pensáramos que los profanos no
saben cómo nos saludamos o qué palabritas nos decimos para reconocernos!
¡Vaya ingenuidad!
En este caso estaríamos no muy lejos del
secreto que obligadamente guardan los socios de las sociedades
mercantiles respecto de sus asuntos internos, los bancos, los ejércitos,
los médicos y los psicoanalistas respecto de sus pacientes o los
sacerdotes respecto de la confesión, o incluso los gobiernos respecto de
los secretos de Estado.
Este tipo de confidencias nada tiene que
ver con la naturaleza del secreto masónico y si así fuera, entonces
seríamos verdaderamente ridículos en vanagloriarnos del tal secreto.
El secreto masónico tiene relación con la naturaleza iniciática del
adepto. Ciertamente es la Ceremonia de Iniciación el primer paso a su
develo, pero éste solo representa un protocolo de admisión.
La
verdadera iniciación constituye un desarrollo progresivo que procede de
dentro del individuo y que avanza hacia fuera de él, tal y como sucede
con la transformación de una semilla o de un germen en una planta u
organismo completo, que potencialmente existía en aquéllos de manera
latente.
La Iniciación masónica supone un proceso de crecimiento
espiritual del sujeto, un progreso que le permite transformar
radicalmente su sentido de la vida y su percepción de la realidad, y la
razón de esto es que en los rituales y ceremonias masónicas yacen
ocultas las fuerzas relacionadas con el desarrollo de los aspectos
divinos del hombre si y solo si el propio sujeto logra percibirlas.
Cuando el recipiendario del ceremonial iniciático modifica su
percepción de la realidad, cuando esto ocurre, es decir, cuando la venda
que le cubre sus ojos cae permitiéndole ver la Luz, entonces el
iniciado es ya otro hombre, un hombre “renacido” dotado ahora de
cualidades que le corresponderá a él ir desarrollando hasta alcanzar la
verdadera iniciación.
Tal desarrollo espiritual es iniciático por
método y por naturaleza, ya que ocurre ocultamente en el interior del
individuo. Es entonces cuando el masón se hace efectivamente poderoso,
pues ha logrado el poder de dominarse a sí mismo, entendiendo que el
poder masónico no es para dominar a los demás.
De esta manera, la
Orden Masónica se propone, realmente, buscar y poner en evidencia la
latente y potencial perfección espiritual del ser humano, y considera
que tal perfección se halla en su interior como semilla, esperando un
proceso de afloración y desarrollo.
En este sentido, el verdadero
secreto de la masonería no tiene nada que ver con la forma, sino con el
fondo, y están ciertamente ocultos en sus símbolos, ritos y ceremonias,
signos, tocamientos y palabras, marchas y baterías, que no pueden ser
revelados ni por los mismos masones ni por los libros, ni de boca a
oído, y no por causa de un juramento fatal, sino simple y llanamente por
la naturaleza misma del secreto.
Los secretos masónicos se
hallan dentro de los símbolos; es decir, la existencia material de éstos
no es, en sí misma, ningún secreto, pero sí lo es el significado que
tiene para cada uno, y más aún, el efecto transformador que opera en la
personalidad del iniciado.
¡He ahí el asunto! Por lo tanto, las
verdades masónicas son esotéricas porque se hallan ocultas para el
profano que carece de ojos para ver, y sólo se revelan a quienes con
hábil y atrevida mano saben buscarlas.
Por esta razón, los
secretos de la Masonería no pueden ser conocidos más que por la
experiencia propia de los masones y esta experiencia les conduce a
vivencias en los mundos superiores; es decir, más allá del cuerpo físico
del hombre.
En conclusión, los verdaderos secretos masónicos se
adquieren por experiencia vivencial e íntima; en cambio, los
“secretitos”, que tanto ocupan a los masones formalistas se adquieren
leyendo, viendo o repitiendo como loros lo que otros dicen.
Deducimos entonces que el secreto de la Masonería es el secreto de la
realización humana, y esta es necesariamente una realización holística.
Por lo tanto, el secreto masónico nada tiene que ver ni con
conspiraciones ni con ingenuidades y menudencias infantiles, y si esto
fuese cierto, entonces serían “secretitos” y no secretos.
El secreto masónico se relaciona, en cambio, con una filosofía de formación humana muy profunda y esencialmente espiritual.
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