El tesoro oculto
En el aire se sentía la densa fragancia de las uvas, y las hileras de racimos colgaban pesadamente bajo las atestadas ramas. Era un viñedo espléndido y muy bien cuidado. Las uvas, redondas y purpúreas, reventaban de tan maduras.
-¿Cómo hacéis para obtener uvas tan espléndidas? -preguntó el granjero del valle próximo, a los tres hermanos que las cuidaban.
El mayor descansó un instante sobre su azadón y respondió:
-Cuando nuestro padre yacía en su lecho de muerte, nos llamó a su lado y nos dijo que el viftedo nos pertenecía a los tres. Y nos encargó que trabajásemos sin descanso, para encontrar un valioso tesoro enterrado en el suelo, alrededor de las vides.
-Durante algún tiempo, trabajamos día y noche con las azadas, hasta revolver toda la superficie de la granja -intervino el segundo hermano.
-Y no tardamos en notar que nuestras vides, que al principio habían sino bajas y enfermizas, se volvían cada día más fuertes y su fruto más dulce.
-¡Ya lo veo! -exclamó el granjero-.
El delicioso fruto que obtenéis ahora es el tesoro oculto. Realmente, la laboriosidad misma es un tesoro.
Y se inclinó sobre la verja, para arranncar uno de los tentadores racimos que se ofrecían generosos.
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