domingo, 26 de junio de 2016

La Piedra

La Piedra sin Desbastar y la Piedra Puntiaguda

 En el cuadro de uno de los Grados, pueden verse dos símbolos de los diferentes estadios alcanzados por la materia prima al inicio de los trabajos y en el momento de la conclusión. A la izquierda una Piedra negra y sin desbastar, a la derecha la misma Piedra pulida y convertida en un cubo puntiagudo.
En el cuadro de otro Grado, aparece otra imagen intermedia, la de la Piedra cúbica que examinaremos en su momento, estado intermedio entre las dos que acabamos de nombrar. En algunas Logias y en determinados Ritos Masónicos, la Piedra puntiaguda figura con un hacha insertada en su cúspide; el carácter sideral y uranio del hacha implicaba en este caso que para alcanzar esta fase de perfeccionamiento, el Masón debía recurrir a una fuerza y un poder situados por encima de él y de su personalidad común.
Así pues, el Grado de Maestro era un Grado de perfección y de apertura hacia lo Absoluto. La Piedra puntiaguda en ocasiones se representaba como una pirámide, en otras como un monolito de estilo egipcio constituido esquemáticamente por un paralelogramo coronado por una pirámide. También se le representaba sobre el plano como un cuadrado al que se le superponía un triángulo equilátero.
Al “cuaternario inferior” –síntesis de fuego, tierra, agua y aire- surgido de la unión de las cuatro escuadras de brazos iguales (el “gammadion”), representante del mundo material, se le superponía el “delta luminoso”, símbolo del mundo espiritual y de las calidades superiores, que llegó hasta la Masonería por un complicado camino que pasaba a través de la simbólica católica, la cual hizo de él “el ojo que todo lo ve”, representación del mismo Dios Padre. En ocasiones el simbolismo de un trabajo espiritual venía representado en una clave diferente, adaptado a las características de la casta a la que pretendía ejemplificar. Así pues, el símbolo artúrico de la extracción de la espada de una Piedra, entraña la separación de un principio superior representado por el mango y la guarda de la espada, de la Piedra, representada por el cuadrado de los cuatro elementos.
La Piedra puntiaguda era, finalmente, para otro sector del mundo tradicional, la representación de la Piedra Filosofal de los alquimistas, otro símbolo del máximo grado de perfección. Lo que para los constructores y Masones era la Piedra en bruto, para los alquimistas era la materia prima. En cualquiera de las dos concepciones se consideraba que el objetivo a perseguir estaba contenido en la materia a emplear. La Piedra Filosofal no estaba fuera de la materia a través de la que se alcanzaba, y la perfección de una estatura estaba ya contenida en la multiplicidad de las formas posibles residentes en el interior de un bloque de Piedra recién extraído de la cantera.
La Piedra sin desbastar y la materia prima, eran símbolos de la perfección originaria, de la misma forma que la culminación de los trabajos en la Piedra puntiaguda era interpretada también como límite de perfección; un curioso símbolo coincidente con lo que decimos es el del cono tallado y situado sobre un pedestal cúbico.
El símbolo que se le otorga es el de un principio masculino –el cono- descansando sobre la Piedra femenina; unidos así representan, como la Piedra puntiaguda, al andrógino que fue en los orígenes y que vuelve a ser en la culminación final del trabajo sobre la materia prima. La Piedra en bruto indica la situación del cosmos anterior a la Creación, es, por tanto, símbolo de caos, indiferenciación y pasividad. En ese magma entran distintos estados de la materia, no debemos reducirlo ni confundirlo con el mundo material que conocemos; en absoluto, lo que se indica con esto es que cuerpo, alma y espíritu están mezclados caóticamente, de tal forma que no puede haber inicio de los trabajos sin practicar lo que la alquimia llama “el arte de la separatoria”, es decir, la identificación y extracción de cada uno de estos elementos de los demás. No siempre se realiza, no siempre el hombre es consciente de cuál es la materia sobre la que debe trabajar –sobre sí mismo- y así se producen fenómenos interiores que reproducen perfectamente los distintos tratamientos que puede darse a la materia.
Si el artesano golpea indiscriminadamente a la piedra, sin orden ni concierto, descuidadamente, no conseguirá sino disgregarla en pequeños trozos, símbolo hermoso de una vida desperdiciada y vana; si, por el contrario, logra acometer la tarea de desbastar su piedra con cuidado y aceptando el hecho de su ignorancia y de su necesidad de aprender, es posible, que poco a poco vaya dotando a la piedra de forma: su ser se irá manifestando; tal es el símbolo. Los minerales, tal como salen de la mina están muertos, es tarea del artesano o del hermetista, revitalizarlos. Cuando el artista golpea con el Cincel la Piedra y saltan chispas debe aprender por este signo que resta aun en el mineral el principio latente del fuego gracias al cual, avivándolo, puede recuperar el estado de pureza original. Esta visión del universo probablemente chocará con el escepticismo de la ciencia para la que las nociones de vida corresponden solo al mundo orgánico y en absoluto al mineral; pero es sin embargo una visión mítica y mágica del mundo que, no solo ayuda a explicarlo, sino que además es utilizada como vehículo de realización interior.
Es muy importante entender que cuando el hermetista o el hombre tradicional hablan de la “vida de la piedra” se refieren a una vida no orgánica, aluden a su calidad, a sus vibraciones, identifican en la Piedra, en cada mineral, pero también en cada planta y en cada especie animal, en cada estrella y constelación, un aspecto de todo ello que sintoniza más perfectamente con su propia vida. El oro pasa a ser así, por una ley de correspondencias símbolo del sol, del corazón, del centro del universo, de la realización espiritual; la Piedra, lo es de los distintos estados de evolución del ser.
¡Tiempo maravilloso aquel en el que toda realidad era un símbolo y cualquier símbolo podría expresarse a través de una realidad material!

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