I
La Masonería es una vía iniciática cuya realidad emana del
Gran Arquitecto del Universo, principio a cuya Gloria los masones
realizan todos sus trabajos. Y es apoyándose en la simbólica del oficio
de constructor como el masón cumple su labor interna de
auto-conocimiento. Tomándose a sí mismo como un pequeño todo, llega a
descubrir en sí mismo las leyes que rigen el cosmos.
Siendo simbólicos todos los oficios tradicionales, estos permiten la
apertura a espacios internos de uno mismo, lo que sucede de forma
simultánea al propio desarrollo de la función del oficio, por constituir
su estructura un código ordenado que imita el modelo cósmico, siendo
esta cualidad la que les confiere a dichos oficios su papel de soportes
para la transmutación de la conciencia.
Es así que, en el origen de la
Masonería,
el trabajo operativo de construcción se hallaba perfectamente unido al
propio proceso interno del masón, por lo que el rito y el símbolo se
cumplían al mismo tiempo que el edificio externo se iba levantando. El
aprendiz masón, asesorado por su maestro de obras, aprendía a descubrir las aristas de la
piedra
bruta, de la que él mismo era símbolo vivo. Ayudándose con las
herramientas propias del oficio, es decir con la escarpa, o cincel, y el
mazo, desbastaba y pulía la piedra al mismo tiempo que pulía sus
propias imperfecciones y condicionamientos psicológicos, que son el
impedimento principal para que la piedra llegue a ser cúbica y tallada a
escuadra,
convirtiéndose en la parte sólida y estable que requiere todo edificio
bien construido. El desarrollo de las facultades intelectuales del masón
operativo se producía al aplicar a la propia construcción efectiva del
edificio, la transposición simbólica de la idea trascendente. Pues la
regeneración psíquica, el ordenamiento de lo mental, nace de la
comprensión del Orden Superior a que el símbolo permanentemente alude,
por medio de la sugerencia y la evocación que afloran al meditar sobre
él. De este modo el masón descubría facultades en sí mismo, antes
incluso insospechadas, y que de no ser por la propia purificación
psicológica y la aplicación al rito de la memoria, nunca tendrían la
oportunidad de desarrollarse.
Hemos de destacar el hecho de que este oficio de constructor era
desempeñado exclusivamente por hombres. Esto es debido a que la mujer
tenía sus propios
ritos
iniciáticos, adaptados a oficios más particularmente femeninos, y a
través de los cuales llevaba a cabo su trabajo de realización
interna. Estos oficios están relacionados sobre todo con el tejido, como fue el caso de las “hiladoras de seda”.
Desafortunadamente ningún ritual que se refiera a este tipo de
iniciaciones femeninas parece haberse conservado hasta hoy, al menos en
cuanto a Occidente se refiere, aunque se sabe, eso sí, que dichos
oficios estaban vinculados al Compañerazgo, organización iniciática
artesanal muy cercana a la Masonería. Se da la circunstancia de que
aunque los oficios relacionados con el tejido están más vinculados a la
mujer, algunos de entre ellos eran desempeñados por hombres y por
mujeres conjuntamente. Esto sucedió, por ejemplo, en el
arte
de la tapicería durante la Edad Media occidental. Con frecuencia esos
tapices, de una sugestiva y gran belleza, además de una laboriosa
composición artesanal, se confeccionaban para adornar las catedrales
construidas precisamente por los
masones
y los compañeros. Lo que hace suponer que existían talleres durante la
construcción de estos edificios dedicados exclusivamente a estos
trabajos y por consiguiente en estrecha relación con la propia tarea de
los constructores y arquitectos. Sin embargo, los tapiceros y tapiceras,
eran dirigidos en su labor por maestras tejedoras y bordadoras, que al
mismo tiempo que enseñaban la técnica del oficio, también transmitían su
código simbólico. Que una mujer, en este caso concreto, fuera la que
dirigiera también a los hombres, nos indica claramente la preeminencia
del elemento femenino en el
arte
del tejido. Actualmente, entre los indios guatemaltecos, todavía se
sigue conservando el arte de la tejeduría, como patrimonio de su
cultura,
y cuyos brocados1 repiten los modelos geométricos, florales, de
animales o pájaros, que desde siempre han constituido los motivos de sus
ornamentos. Constituyendo dichos brocados el reflejo de una simbólica
mediante la que este pueblo, descendiente de los antiguos mayas, expresa
y transmite su mensaje. Precisamente son los brocados realizados por
“mano de mujer” los de mayor prestigio por la belleza de su composición,
confirmándose con ello lo que anteriormente decíamos acerca de la
preeminencia femenina en un arte que le es propio. De todos modos hay
que señalar que todo oficio desempeñado conjuntamente por hombres y por
mujeres, es siempre algo excepcional, ya que en una sociedad tradicional
siempre existió una clara distinción entre oficios masculinos y
femeninos, los cuales están adaptados a las condiciones particulares de
las naturalezas del hombre y de la mujer, que aunque una en esencia, es
doble y se manifiesta como dual, y en aparente oposición, en el plano de
las formas.
Los ritmos de las estaciones, los ciclos y los períodos de la
luna
y de las cosechas…, están tan unidos al propio organismo de la mujer,
que ésta los vive de forma espontánea y natural. Ese es un rito del que
participa por imperativo divino, y al cual no es menester añadirse
porque ya es en ella. Esta realidad señala el modo distinto que la mujer
tiene de desvelar los secretos de las cosas y de reflejar el orden del
universo. De esa visión particular del mundo nacen sus oficios,
caracterizados por el empleo de materiales sensibles y acordes con su
naturaleza receptiva (yin).
Dicha receptividad está simbólicamente en correlación con la de la
Tierra; ésta, en su quietud activa, acoge en sus entrañas la semilla, a
la que fertiliza por la acción captadora de las energías del cielo, y de
cuya unión nace el fruto de la cosecha. Naturalmente esta relación
cielo-tierra se mantiene entre el hombre y la mujer. Esto es como decir
que es a través de la unión de los complementarios como se llega a la
visión sint
ética del Orden Universal, siendo que de esta unión, surge la vida en todos sus órdenes de realidad.
Ahora bien, dejando de lado los caminos religiosos, ya que es la
Masonería una vía iniciática que en Occidente mantiene vivos sus
ritos
y su código simbólico, es a ella a la que la mujer hoy en día puede
incorporarse en el camino del Conocimiento, sin que los símbolos
masónicos que se refieren al oficio de la construcción suponga un
condicionante a su realización, sino un modo nuevo de adaptación a la
realidad de los tiempos. Pero sin dejar al margen el estudio y la
investigación de los símbolos y ritos propios de los oficios femeninos,
sabiendo de antemano que estos se reúnen en la
unidad de un mismo mensaje.
El interés por hallar la analogía entre la simbólica del oficio de
constructor y la simbólica de los oficios de mujer, constituiría, pues,
el trabajo colectivo de una
Logia femenina, rescatando así una herencia que es conforme a su naturaleza. Decimos
logias femeninas, no logias mixtas, pues éstas, como advierte
René Guénon, suponen una desviación de todo proceso iniciático auténtico.2
Teniendo, pues, la Masonería un origen artesanal, su simbólica está
de una u otra manera vinculada a cualquier oficio tradicional, y
particularmente, como hemos visto, a los relacionados con el tejido. Así
lo demuestran, además, algunas leyendas masónicas relativas a los
orígenes míticos de esta Orden iniciática, como más adelante veremos.
Todo ello nos lleva a pensar que es en el arte de tejer, y más
particularmente en el de bordar, donde mejor puedan hacerse estas
correspondencias simbólicas entre distintos oficios, basándonos en el
“don de lenguas” a que se refiere la Tradición. Pues la palabra se
ilumina cuando expresa la
armonía
del mundo, que es también su Verdad. El bordado es una representación
de ello, y su locución se expresa por medio del color, de la textura del
tejido y del brillo de las sedas, que son los elementos con los que el
bordado configura su código y su mensaje tradicional.
II
Señalaremos que en antiguos manuscritos masónicos se habla de Noemá 3 como la primera tejedora.
Concretamente se dice que ésta inventó el arte de tejer que hasta
entonces no se conocía. Por ello -dicen los manuscritos- es que a este
oficio se le llama “arte de mujer”. Por otro lado, René Guénon se
refiere al arte del bordado como un ejemplo de oficio exclusivamente
femenino, resaltando el hecho de que estos oficios son perfectamente
susceptibles de servir de soporte a una iniciación4. Todo ello nos lleva
a la conclusión de que es a través del bordado, tomado como una parcela
en el orden de los oficios femeninos, como pueda lograrse la síntesis
que haga posible la transposición simbólica con el propio simbolismo de
la Masonería.
Diremos que la Logia es un lugar protegido y “encuadrado” simbólica y
ritualmente, donde se fijan los signos que hacen reconocible ese
espacio
sagrado.
Asimismo, una tela dispuesta para su ornamentación, es el enmarque
inicial y protector al abrigo del cual se despliegan todas las formas
manifestadas de la creación del bordado. Esto es, un espacio yin
(receptivo o femenino), dispuesto para atraer la energía yang (activa,
masculina).
Este encuadre que circunscribe el tejido es ya un espacio cualificado
por la medición y la elección de la textura de la tela, en donde la
bordadora traza el orden que antes ha sido diseñado en el plano de las
ideas. Esta acción que lleva a cabo la bordadora es idéntica a la del
maestro arquitecto, cuyos planos y diseños geométricos son la traducción
simbólica de las ideas y principios universales que se plasmarán en la
construcción del edificio. La tela, que en el simbolismo geométrico se
corresponde con la horizontal, representa el plano donde se describen y
multiplican todas las formas indefinidas de la creación. La vertical
vendría dada por la aguja, símbolo del eje que comunica entre sí los
distintos planos de la manifestación. De la acción de la aguja sobre la
tela (yang sobre yin, la vertical sobre la horizontal) surge el relieve
del bordado, es decir el resultado final de esa unión entre
complementarios.
A su vez, este encuadre que circunscribe el tejido dispuesto para el
bordado, guarda una perfecta analogía con el cuadro de Logia
masónico,
donde se trazan los signos más significativos del grado a que este
cuadro corresponda. Dicho cuadro, medido a escuadra, es decir con justa
proporción, simboliza el plano en donde se hará manifiesta la
inteligencia creadora. El representa una síntesis de la Logia, que es
asimismo una imagen del cosmos. Los cuatro lados del rectángulo del
cuadro, o análogamente del tejido, están orientados según las cuatro
direcciones del espacio: Este-Oeste y Norte-Sur. Es, por consiguiente,
un espacio ordenado y delimitado, y este orden es además consagrado por
el rito de su trazado y de su diseño, tal y como los antiguos masones
operativos lo realizaban. Aquí
podemos
ver una correspondencia entre el trazado del cuadro de la Logia,
efectuado con una tiza sobre el pavimento, y la propia aplicación de la
aguja y la hebra sobre el tejido, igualmente enmarcado como hemos dicho.
En ambos casos el gesto ritual es el mismo. El masón y la bordadora
cumpliendo su oficio se hacen co-partícipes del “gesto” del Gran
Arquitecto. Esto es, las leyes del macrocosmos adaptadas al microcosmos,
que no es sino la misma cosa.
De igual modo, la parte de un bordado en nada difiere del conjunto
íntegro de la obra, sino que cada una de sus divisiones la contiene por
entero. “La parte contiene al Todo”, nos dice la Tradición. Así, en el
camino hacia el conocimiento de uno mismo y del mundo, también es
menester parcelar el terreno’ o campo’ de la conciencia, es decir
“limitarlo” y “medirlo”, plasmando en él una estructura geométrica
análoga a la estructura del cosmos, lo cual se lleva a cabo a través de
diferentes etapas para concluir en lo que está más allá de esos mismos
límites, esto es lo supra-cósmico y lo metafísico.
La fragmentación del tejido a la que está sujeta la técnica del
bordado en el bastidor, define la situación concreta en el plano o
dibujo, es decir, y por analogía, la propia realidad espacio- temporal
de uno mismo, evitando así la dispersión de las ideas. Es por la acción
reiterada de las herramientas del oficio, el hilo y la aguja sobre la
tela, como el bordado va tomando relieve. O sea, que la reiteración de
aquello comprendido por el símbolo, su ritualización, conduce la mente
al reconocimiento de la Idea, que configura al símbolo y al rito.
Este reconocimiento inicial que efectúa la aguja y el hilo dentro del
tejido enmarcado, representa el recorrido por el laberinto de la
psiqué, al cual el iniciado intenta poner orden. Este orden, que es
también armonía, comienza a definirse a medida que la bordadora rellena
los espacios de la tela. De esto se desprende que sólo aquello que uno
puede nombrar (definir) es en definitiva lo que comprende, y eso es
porque en el nombre de las cosas está su propia esencia, lo que en
verdad ellas son. De esta manera el bordado es bello porque en él se
recrea la Belleza, el Orden y la Armonía que comprendió la bordadora,
siendo por eso mismo que la obra es simbólica, pues con ella transmite
esa comprensión.
Hemos anotado ya que los útiles principales del oficio de la
bordadora son la aguja y el hilo. La primera tiene su manejo ascendiendo
desde la tela, por el eje invisible que conecta los mundos, conexión
que confirma en su descenso donde traba en un punto del relieve la unión
entre el plano superior y el inferior, el cielo y la tierra. Esto es,
la Idea fijada en el plano concreto de las formas. Lo que equivale a
decir que la comprensión de lo supra-individual, repercute
inmediatamente en lo individual. La aguja, símbolo axial, cuya función
es semejante también a la de
la plomada, ubica la hebra conductora en la horizontal (equivalente al
nivel)
configurando la cruz. De arriba (del plano de las ideas arquetípicas),
descienden las energías superiores que fecundan la materia, convirtiendo
en acto lo que estaba en potencia, que no habrá sino de reflejar una
energía en esencia inmutable.
Nos estamos refiriendo aquí al simbolismo propio del bordado
efectuado sobre bastidor, en el cual, como decimos, la aguja asciende
verticalmente y desciende de igual modo. Este doble recorrido que hace
la aguja, tiene su
inicio
en la parte inferior e interior de la tela, donde fija la hebra por
medio de un nudo. Esto significa que todo proceso iniciático parte del
lugar más oculto del ser. De su propio corazón. De no ser así el
intelecto creador no podría renacer a la luz de su realidad. El nudo
representa el enganche con la tradición y la fe intrépida, sin la cual
el camino se convierte en un viaje hacia otra parte de las tinieblas,
quizá mucho más oscuras y lúgubres del ser humano; son las tinieblas sin
retorno a que conduce la mente desposeída del sentido sagrado de la
existencia. Este primer nudo con que da inicio toda labor de bordado,
equivaldría a la “piedra de fundamento” en el simbolismo constructivo.
Es decir la primera piedra con que se da inicio a la obra.
La hebra queda así sujeta desde lo invisible, o sea por debajo de la
tela, hasta lo visible, por encima de ella. Al descender, la aguja
atraviesa el tejido, quedando nuevamente oculta, pero no así el relieve
creado. En verdad, los útiles o los símbolos de toda vía iniciática son
únicamente mediadores, pero nunca un fin en sí mismos, y estos dejan de
ser necesarios cuando se llega a encarnar la idea que están
representando, dando nacimiento a la verdadera libertad del ser,
integrado conscientemente en la trama del universo. Esto sucede al
ritualizar todas las acciones, es decir al participar del orden del
mundo, análogo al de la Gran Obra, lo que en la simbólica del bordado
está representado por el ritmo (rito) de ascenso y descenso de la aguja,
recreando, por la sucesión cíclica de los puntos, la manifestación del
bordado.
En la ornamentación, trabajada sin bastidor, la acción de las
herramientas del oficio permiten la descripción de otros símbolos
geométricos, tales como el círculo5, la espiral6, la cruz7, el
triángulo8, y tantas otras como sugiera el tipo de punto con que se
efectúe la labor. Esto puede ser así debido a la ductilidad de la tela
no tensada por el aro o marco del bastidor. Como vemos cada tipo de
punto o técnica aplicado a este oficio tiene una sugerencia particular.
El arte de la bordadora consiste en tornarse hebra, revestir su alma de
brillo y de color, y penetrando con la aguja la trama y la urdimbre del
tejido universal ir reconociendo su propio ensamblaje con el resto de la
creación. Siendo que todos los seres conforman el rico y majestuoso
bordado de la existencia.
Lo que decimos no necesita mayor exposición para comprobar que este
oficio es un soporte totalmente válido para la meditación. O lo que es
lo mismo, una auténtica vía simbólica de acceso al Conocimiento, ya que
su estructura es un perfecto diseño de la realidad del Orden Universal
al que por analogía está representando.
Hemos dicho que el hilo es el conductor de la obra, lo que la
encadena y al mismo tiempo la une. Significa que para que se produzca
una auténtica regeneración de la mente, uno debe comprometerse
firmemente con la Tradición, aplicando su capacidad intelectual en
descifrar los códigos simbólicos que la representan. Estando firmemente
convencido que existe un mensaje revelador de la Verdad, de la Unidad
que da la vida y la ordena. Una vez admitido que este mensaje está
contenido en cada símbolo, inmediatamente uno debe sentir la imperiosa
necesidad de descifrarlo. Lo que exige un estado permanente de vigilia.
Este primer nivel de reconocimiento de uno mismo, se corresponde con
el primer trazado de la hebra sobre la tela, ya que el bordado sin
bastidor no se trabaja por partes conclusas, sino que su desarrollo se
efectúa a través de diferentes etapas9 es decir, que por el plano del
dibujo deben hacerse varios recorridos, tantos como colores y tipos de
punto vaya a contener la obra, pasando así de la multiplicidad de todas
sus formas a la unidad del conjunto del bordado. Decimos que este primer
trazado encuentra su correspondencia simbólica con la iniciación
masónica, durante la cual el recipiendario entra por primera vez en la
Logia, y antes de recibir la Luz solicitada, efectúa un primer recorrido
por el plano del Templo, tomando noción de sus proporciones y medidas
que son análogas a las del cosmos. Por ello, al cruzar la “
puerta
estrecha” que separa el mundo profano del sagrado, el recipiendario
penetra en el orden de su propio universo, el que recorre como neófito,
es decir como nuevo nacido.
La segunda etapa del bordado consiste en el relleno de otros espacios
del tejido, ya cualificados por el primer recorrido del hilo sobre él.
La semilla que ya fue plantada ha brotado y comienza su crecimiento. El
viaje hacia el centro de uno mismo aparece ya definido en su estado
individual y humano, y es tiempo de ver resultados. Estos no se logran
sino hay una realización efectiva, esto es, entregándose abiertamente y
sin reservas a la obra. La multicolor belleza con que se expresa la
manifestación, nacida de su realidad invisible, muestra su exuberancia
sólo cuando se la recrea. No es sino la libre elección que uno hace a
través de su inteligencia, la que permitirá que la venda caiga de sus
ojos, y goce con ella.
Asimismo, este segundo viaje que realiza la aguja, reafirmada en la
hebra, guarda estrecha relación con el segundo grado masónico, el de
compañero. Este, que ya ha sido instruido en su etapa de aprendiz,
descubierta y desbastada su piedra bruta, se encuentra ahora capacitado
para efectuar su tallaje, para lo cual tiene el
apoyo
de las herramientas propias del oficio, diseñadas especialmente para
hacer más fácil su trabajo. Este segundo nivel en el bordado se hace al
amparo del primero, es decir que es gracias a una primera toma de
conciencia, a un compromiso adquirido con uno mismo y con la Tradición,
como se hace posible que la conciencia ascienda a otros niveles de
comprensión. Simbólicamente, esto podría describirse mediante una
espiral de movimiento centrípeto que encuentra su centro en el corazón
mismo del ser humano, donde reside la verdadera intuición intelectual.
La
plancha de
trazar, la tela, que aparecía “blanca” al principio, es decir virgen,
toma las formas que la artesana borda sobre ella, formas que han sido
realizadas siguiendo los planos del Gran Arquitecto del Universo. La
bordadora no hace sino imitar esos planos, siendo ese trabajo un viaje
por la trama y la urdimbre del tejido universal. Contando y midiendo
(numerando y geometrizando) en un pequeño espacio (el del bordado, en
este caso), las medidas y proporciones del cosmos, el resultado habrá de
ser una obra hecha conforme al Plan Divino, en la que la bordadora
también está incluida.
La culminación de la obra artesanal se produce tras el último
recorrido que la aguja y el hilo efectúa por la tela. Esta fase
corresponde al relleno de los espacios más pequeños, aquellos más
internos del “mandala” del bordado y de la existencia. Son los puntos
que concluyen la obra, dándole su verdadera unidad por la
complementariedad de todas sus partes, a las que el hilo, conducido por
la aguja encadena y conecta con su principio; es decir, la idea de donde
surgieron, la no forma. Dicho de otra manera: que todas las partes del
ser individual coexisten y quedan resueltas en el Ser Universal,
Principio y Fin de todas las cosas.
Es así, como ocurre en la elaboración del propio bordado, que toda
vía iniciática consta de diversas etapas de realización, las cuales van
señalando la paulatina integración de todos los estados del ser,
ligándolos a su unidad. Esa Unidad es como el ornamento del bordado al
que nada se le puede restar o añadir, y que no guarda diferencia con
ninguno de sus puntos, de los cuales no es posible prescindir una vez
terminada la obra, compuesta por todos los colores y matices, todas las
formas y sus relieves. Por tanto, el acabado del bordado es la expresión
máxima dentro de este arte, por tratarse de la recreación de la Gran
Obra, la del Supremo Hacedor, en la que todos los seres están insertados
como lo están los hilos del bordado.
Pero el trabajo de la bordadora no concluye al término de su obra,
como tampoco la creación está acabada, sino que ésta continúa haciéndose
a cada instante. El hilo, conductor de su viaje por los diferentes
planos de la existencia, es el símbolo de su propia alma, y esta no
puede quedar sujeta a ninguna forma o imagen determinada. Significa que
la bordadora no debe identificarse con su obra, ya que de ser así
coartaría su libertad y en consecuencia su propia realización, pues lo
que hace a la obra “perfecta” es aquello que no está incluido en ella,
ni forma parte de ningún elemento de los que la componen, pero que sin
embargo es lo que le da toda su realidad. “El principio de una cosa no
es ni una de sus partes entre las otras ni la totalidad de sus partes,
sino aquello en que todas las partes se reducen a una unidad sin
composición”10. La belleza del bordado es solamente una envoltura de la
verdadera Belleza y ésta no está encadenada a la existencia relativa,
sino que es la Existencia misma que trasciende toda dualidad, que es
también toda ilusión y toda forma. El bordado representa uno de los
velos de Maya la diosa hindú, hacedora de las formas, que es también el
Arte con el que el Gran Arquitecto realiza la obra de la creación.
Detrás de esos velos se halla el misterio de la vida. Por ello el
verdadero trabajo de la bordadora no debe tener otra finalidad que la de
ir descorriendo esos velos, con la esperanza de hallar el Conocimiento,
e identificarse con la realidad que emana de él.
NOTAS:
1 El brocado es la técnica de aplicar hilos de colores durante la
propia elaboración del tejido, de modo que estos hilos formen diseños
sobre él.
2 Oswald Wirth a propósito de la iniciación femenina dice: Hace falta
mujeres con coraje capaces de rescatar el simbolismo de la aguja.
3 Noemá, hermana de Tubalcaín, ambos hijos de Sela y de Lamec, de la
descendencia de Caín (Génesis IV). Es de destacar, en este sentido, la
imagen de Eva con una rueca, tal y como se ve en uno de los capiteles
del claustro del monasterio de
San Juan de la Peña (
España).
4 Etudes sur la Franc-Maçonnerie et le Compagnonnage (tomo II, cap. “Initiatión fémenine et initiations de métier”).
5 En el punto llamado de “cadeneta” “vainica” “creta” y otros.
6 En el punto de “nudos” en el que la hebra se enrosca a la aguja como
una serpiente, que es también la imagen del Arbol de la Vida, eje del
mundo con la serpiente enroscándose a su alrededor. Esta geometría nos
lleva de nuevo a la correspondencia con el trazado del cuadro de la
Logia.
7 En el punto llamado “de marcar” o “de cruz”.
8 En el punto “rumanía”.
9 Conviene aclarar, que cuando el bordado es unicolor y trabajado a un
sólo punto, las fragmentaciones de la tela ya sean en bastidor o fuera
de él, son acabadas en cuanto a su porción se refiere. Esto no es así
cuando la tonalidad del bordado es variada. En este caso cada color
implicado en el diseño de la labor, se hace por separado.
10 Ananda Coomaraswamy, citado por René Guénon en Símbolos Fundamentales de la
Ciencia Sagrada, cap. XLIII: “La piedra angular”.